Para
mí no hay discusión, los venezolanos hemos cometido un garrafal error al creer
que la igualdad ante la ley iba a solucionar nuestros problemas de justicia, de
equidad y de estabilidad social, partiendo de un supuesto, totalmente errado, de
que el ignorante podía tener injerencia en la misma medida que los que tenemos algo
de cultura al momento de decidir el futuro de nuestra sociedad.
Los
valores absolutos muchas veces aturden y confunden; pensar que darle el voto a
los analfabetas, a los vagos, a maleantes, a quienes no pueden ni saben cómo
sostenerse económicamente, por aquello que se trata de un derecho universal del
ser humano, nos llevó a la destrucción de Venezuela.
Lo
que estoy diciendo, presumiblemente, es antidemocrático, discriminatorio,
contradice los principios republicanos y de libertad conquistados por la lucha
de nuestra independencia y por los derechos humanos, pero quiero, antes de que
pasen su veredicto sobre lo que estoy sugiriendo, que se empapen de mis
argumentos y me permitan demostrarles que esta falta de precaución, en cuanto a
otorgar derechos por el simple hecho de tener un ombligo, no ha sido una buena
idea y, para muestra, allí tenemos al país destruido y envilecido por una
maquinaria política que, justamente, se valió de tal debilidad, que al final es,
también, ignorancia de quienes se declaran humanistas y permitieron que una
mayoría desquiciada y presa de fantasías, manipulada en su ingenuidad, condujera
a Venezuela al precipicio.
Los
derechos humanos son un logro de la dignidad del hombre; pienso que los
derechos políticos son fundamentales para que las naciones puedan funcionar en
paz, buscando la prosperidad, la convivencia y el tan deseado desarrollo humano,
que conduce a la felicidad de los pueblos, pero se trata de un camino que hay
que saber recorrer.
En
este sentido, la democracia ha probado, con
mucho, ser el mejor sistema político para tratar de lograr esos fines; el
principio de que la mayoría manda es contundente, respetando, por supuesto, a
las minorías, pero los asuntos que requieren de decisiones que nos afectan a
todos, necesitan de discusiones, de debates, de participación y, finalmente, de
una votación donde se impondrá el interés general, el de la mayoría.
Pero
en esos escenarios ideales estamos hablando de gente más o menos parecida, con
intereses comunes, con ideas más o menos compartidas, con una visión del mundo
semejante, con objetivos y valores que sustenten una sociedad de iguales, no sólo
en la apariencia, existen sociedades multiétnicas que se la llevan muy bien, se
trata, creo, de que por lo menos hablemos el mismo idioma y razonemos en los
mismos términos.
Y
aquí es donde se hace relevante que ese grupo no solamente comparta una cultura
común, sino que tenga un nivel de cultura que les permita la comunicación con
fines de transar, de negociar, de llegar a acuerdos.
Uno
no puede esperar conseguir conciertos con una persona enferma, alcohólica,
demente, minusválida en sus capacidades cognitivas, y aquí incluyo a personas
ideologizadas en doctrinas antidemocráticas y excluyentes, fanáticas, en el
sentido de querer imponerle a los demás su ideario y visión del mundo, sin
escuchar argumentos en contrario, sin posibilidad de que se salga del modelo de
pensamiento que tiene implantado… a ese tipo de personas habría que ayudarlas,
someterlas a algún tipo de terapia para rescatarlas de ese patrón totalitario y
autoritario, de ese rizo que no tiene salida, para ello se requiere de ayuda
especializada, médicos, psiquiatras, trabajadores sociales, terapeutas.
La
ignorancia es una calamidad social, que se cierne sobre personas excluidas,
marginales, por lo general, pobres; en una sociedad “normal” los ignaros existen
y conforman una minoría a la que hay que atender por medio de programas
educativos, de atención social… necesariamente, hay que intervenirlos y tratar
de sacarlos de la miseria en la que viven, proveyéndolos de dignidad,
autoestima, de un oficio que los haga autosustentables… en resumen, es un deber
de la sociedad, en general, atender a este segmento de la población para
mejorar su condición humana y que participen de la vida en sociedad.
Por
lo general, como son excluidos, no gozan de la participación en la sociedad;
estas personas no ejercen sus derechos políticos, aún teniéndolos, no
participan en política, no votan, no saben cómo, muchas veces no comprenden de
qué trata el debate político ni cómo la política pudiera ayudarlos; como no les
interesa, no están inscritos en los padrones electorales, muchos de ellos ni
siquiera portan documentación de identidad, algunos ni siquiera tienen
domicilio conocido.
Pero
siguen siendo un problema para la sociedad, pueden convertirse en un problema
de seguridad pública, son el pasto perfecto para el crimen y el vicio; al
desatenderlos, se convierten en una carga social.
Pero
la ignorancia no es exclusiva de los excluidos y los pobres, la ignorancia
penetra y empapa a todo el tejido social; aún en las clases privilegiadas hay
ignorancia, muchas veces ciega y muy peligrosa, debido a que esas personas, al interactuar
y convivir con la sociedad, muchas veces devienen en destacados participantes, y
pueden llegar a ser admirados y tenidos como modelos.
Así
como encontramos que la drogadicción y la demencia no reconocen atributos
sociales, del mismo modo la ignorancia es libre y, cuando pasa sin detección,
se convierte en una amenaza; puede una persona obtener títulos universitarios y
aún desconocer valores y principios para vivir una vida honesta y útil; lo peor
es que puede ser presa fácil de las ideologías totalitarias.
En
este sentido, Venezuela ha sido pionera, en la política de la región, en la
existencia de partidos políticos cuyo único interés es captar para sus filas a
excluidos e ignorantes de toda ralea, con el propósito de no sólo abultar su
nómina de adeptos, sino de anunciar que los lleva al poder para que gobiernen.
Son
organizaciones que ubican a estas personas con problemas, los censan, los
visitan, los organizan, lo reclutan en sus programas, los llevan y los traen,
les dan drogas, alcohol, los ideologizan, los manipulan, los chantajean con
comida, los amenazan, los uniforman y les dicen lo que tienen que hacer, dónde,
cómo y cuándo.
La
actividad de ese tipo de organizaciones en una sociedad es un claro indicio de
que la democracia está enferma; utilizar la biopolítica, las necesidades
biológicas de la persona, alimentos, medicina, agua potable, energía,
transporte, efectivo, aumentos de salario, entre otras, y captar seguidores por
la vía del chantaje, humillándolos y llevándolos a la más siniestra de las
dependencias, nos pone en un escenario del fin de las libertades… nos adentramos,
entonces, en la fórmula de domesticación de un pueblo, de su total
bestialización.
Lo
que llama la atención es que el sistema político venezolano haya permitido que
se presentara una ocasión para esta fórmula, como si fuera de lo más normal que
los locos de un sanatorio formaran una organización política, se lanzaran a
unas elecciones, ganaran y gobernaran por veinte largos años.
Los
más ineptos, los menos preparados, los más violentos y alucinados tuvieron su
oportunidad en nuestro país, sin oposición alguna, es más, con el expreso
reconocimiento de todas las instituciones políticas ligadas a la actividad, con
el apoyo de los partidos políticos tradicionales, como si se tratara de un
gobierno legítimo, y pretendiendo que, efectivamente, representaban a todo el
país, incluyendo a la verdadera mayoría de personas cultas, cuerdas y
democráticas… bueno, ni tan razonables, porque al permitir tan absurda
situación se hicieron parte del problema.
Díganme,
si unos partidos políticos aceptan como pares a un grupo de golpistas,
comunistas, violentos, ignorantes y antidemocráticos, si les permiten ir a unas
elecciones, si les respetan sus derechos, como si fueran gente lúcida y, aún
sabiendo lo que iban hacer, porque lo decían, les dejan ganar y los invisten
con el poder de gobernar, ¿Quiénes son los dementes?
Tener
un ombligo no es garantía, ni siquiera de que se es un ser humano; el derecho a
la participación política, el derecho al voto y otros muchos derechos de los
llamados “universales” deben ser solo para gente, no para mamíferos bípedos antropomorfos,
que mascullan algunas palabras y que no tienen la menor idea de lo que es
dignidad, moral, valores, principios, respeto y, menos aún, democracia.
Muchos
de esos excluidos y miserables vendieron sus votos por un plato de comida;
otros tenían un precio más alto: algunos se llenaron de tanto oro y plata que
apenas podían moverse… la minoría de excluidos se convirtió en mayoría cuando
el gobierno de los ineptos arruinó a la sociedad, distribuyó las carencias por
igual, excepto para los privilegiados, la élite de esa manada de ignorantes que
cayó sobre Venezuela y la saqueó sin misericordia.
La
igualdad es, lo que llaman los abogados, una ficción jurídica; el mundo
consiste en una variedad inconmensurable de diferencias, a todo nivel y escala;
la biología nunca se repite, la química es una constante de variaciones y
combinaciones, la física es cambio constante… la igualdad es una creación del
intelecto, un ideal inalcanzable; podemos aproximarnos, llegarle cerca, pero
nunca es absoluta, como pretenden ciertos regímenes políticos y dogmas
religiosos.
¿Soy
igual a ellos? No, no lo soy, nunca lo seré; mi voto, mi opinión, mi derecho,
jamás serán iguales a los de un demente, un alcohólico, un reposero o un idiota,
¿Me hace eso un enemigo del pueblo, un fascista? No lo creo. Ninguna decisión
informada y hecha a conciencia de sus consecuencias, donde intermedia la moral,
se puede comparar a una puntada o un presentimiento, no se puede comparar con
el uso de una caja CLAP con alimentos para intercambiar votos por mitigación
del hambre, aunque al final, en la contabilización de los votos, a todos se les
dé el mismo valor.
La
democracia sin un poco de sentido común se convierte en una merienda de negros,
con todo el sentido que tenía una merienda de negros en tiempos de la colonia
venezolana… es sólo una guachafita.
- saulgodoy@gmail.com
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