Hoy
quisiera referirme a las sensaciones que producen ciertos estados emotivos y
hasta racionales, que para algunos científicos y filósofos constituyen el
núcleo central de toda experiencia estética, son respuestas biológicas y de
sentimientos que están muy unidas al momento en que confrontamos al arte y lo
que sucede con nosotros cuando algo nos “toca”.
Son
manifestaciones que comúnmente identificamos como asombro, conmoción y excitación,
son reacciones fisiológicas unidas a ciertas respuestas de orden sexual, que
estimulan centros de placer y nos hacen regocijarnos (a veces, entristecer, o
sentir disgusto o terror) ante un evento o en la contemplación de algún
paisaje, obra o monumento.
Se
trata del circuito más directo que tenemos con la experiencia artística y es lo
que hace que una obra nos guste o no, para ello vamos a tomar como guía, el
interesante artículo del profesor Vladimir .I. Konečni, de la Universidad de
California, San Diego, intitulado La
Trinidad Estética: Sobrecogimiento, Reverencia y Escalofríos, publicado en
el año 2005 en el Bulleting of Psichology
and the Arts.
Los
autores que abogan por la máxima experiencia estética, que sería lo sublime, y
que tantos pensadores de la talla de Caecilius de Calacta, Longinus, Burke, Kant y más
recientemente Lyotard y Goldsmith, entre muchos otros, nos hablan de una
apabullante sensación que nos deja en el sitio atrapados en intensos estímulos
de nuestro sistema nervioso, algo muy cercano al orgasmo sexual pero con
connotaciones mucho mas espirituales.
El
afamado escritor de origen ruso Vladimir Nabokov, en sus famosas charlas sobre
Literatura nos dice lo siguiente: “A
pesar de que leemos con nuestra mente, el asiento de las delicias artísticas se
encuentra entre nuestros omoplatos. Ese pequeño escalofrío que sentimos en
nuestra espalda es la más alta forma de emoción que la humanidad ha obtenido
cuando se desarrolla el más puro arte o ciencia. Deberíamos reverenciar nuestra
espina dorsal y sus cosquilleos”.
Cuando
uno lee buena literatura se “transporta”, llega un momento en que uno debe
dejar el libro a un lado y empieza a “sentirlo” con los nervios, un buen
escritor, en el caso de Nobokov se refería a Dickens, y la extraordinaria
facultad que tenía de capturar eventos y paisajes en frases perfectamente
construidas, y que evocaban momentos memorables que estimulaban la espina, y
producía esos gratos cosquilleos como reconocimiento al buen arte en acción.
El
profesor Konečni, nos lleva de la mano para mostrarnos los estudios más
relevantes que han salido de los laboratorios y experimentos sobre lo que nos
sucede cuando estamos ante estas experiencias conmovedoras, y que para muchos,
entre ellos me cuento, es una de las razones por la que vale la pena vivir, no
me cansare de repetirlo, el arte le da sentido a nuestra existencia,
Konečni
comienza señalando que es muy común que se confunda lo sublime atribuyéndolo
bien al objeto externo, como podría ser presenciar el espectáculo de las
cataratas del Niágara y confundiéndolo con las sensaciones de grandeza y poder
de la naturaleza que hace insignificante al observador, los expertos prefieren
con mucho llamar a este fenómeno, estímulo-en- contexto y dejar lo sublime para
el objeto externo.
Siendo
lo sublime la máxima experiencia estética, por lo general se reserva para el
impacto que las personas reciben ante obras, eventos, paisajes que son
monumentales, teniendo en cuenta siempre el aspecto de la seguridad personal,
ver al Niágara desde la seguridad de un observatorio diseñado para ello, no es
lo mismo que verla metido en un barril flotando por la corriente hacia el salto
al vacío.
Cuando
la persona está en presencia de algo monumental y su vida corre peligro es muy
difícil que se percate de lo sublime del acto, por ejemplo, presenciar la
erupción de un volcán, uno de los espectáculos más avasallantes y violentos de
la naturaleza, y para quienes lo han presenciado y sobrevivido, un espectáculo
inolvidable.
Pero
hay personas que buscan estas experiencias extremas, se preparan para ello y
visitan lugares que muy pocos humanos han visto por sus propios medios, a
riesgo de sus propias vidas, lo que hace la experiencia aún más sublime, ver el
paisaje desde el punto más alto del Himalaya, es una experiencia reservada para
muy pocos, y que consiste en algo bello.
La
experiencia de lo sublime para Derrida abarca lo colosal, lo que se siente
cuando se está ante monumentos como las pirámides de Egipto o la Gran Muralla
China, algo inamovible, en el caso de la música, para que algo nos parezca
sublime tiene que tener un elemento de grandiosidad que sólo puede ser
proporcionado por el espacio y la monumentalidad de la puesta en escena, como
escuchar la Aida de Verdi ante la pirámide de Keops.
Lo
sublime viene en relación directa a cierto confort o disposición al lujo,
quienes pueden presenciar tales espectáculos deben pagar grandes sumas de
dinero para sólo transportarse al lugar y ser parte del evento, implica hacerlo
con todas las comodidades posibles y hasta ciertos lujos, la gente pobre que
vive a los alrededores de Keops no les parece nada sublime la pirámide que ven
a diario, ni aún con toda la orquesta y cantantes en una noche de gala, vista
desde lo lejos, la gente tomando champaña y comiendo caviar son extrañas e
incomprensibles.
Los
científicos que han analizado este fenómeno de lo sublime, concuerdan en que
están presentes dos de las emociones más poderosas que puede sentir el ser
humano, miedo y felicidad, de allí que surjan incluso sentimientos de tipo
religioso, hacia lo sagrado, una profunda reverencia hacia lo que es un
misterio o no puede ser explicado, lo sienten algunas personas que acuden a
conciertos dentro de las viejas catedrales europeas, la misma música escuchada
en otro lugar no produce el mismo efecto, lo siente también los peregrinos que
se embarcan en la búsqueda espiritual haciendo el Camino de Santiago, o
visitándola Meca si se es musulmán.
Konečni
nos habla de un aspecto realmente interesante cuando nos presenta con los
elementos sexuales asociados a las experiencias sublimes, porque estas son muy
raras, son experiencias que toman un enorme esfuerzo en asimilarlas, cuando
ocurren se trata de vivencias que marcan a las personas y las hace sentir
privilegiadas, en el caso de experiencias preparadas por el hombre, por medio
de artefactos, como podría ser los viajes privados al espacio, donde la persona
paga hasta veinte millones de dólares por tener el privilegio de ver al planeta
Tierra desde el espacio, en condiciones de cero gravedad, quienes lo hacen se
siente pertenecientes a un club muy exclusivo de personas, son los escogidos,
la verdadera élite del mundo que tiene acceso a experiencias místicas negadas a
otros, pero también los psicólogos han encontrado que estas experiencias hacen
a las personas más humildes, pues han sentido en carne propia lo pequeña que
son en medio del universo, y a muchos los hace más propensos al altruismo,
sobre todo quienes han sobrevivido experiencias extremas donde otros han dejado
de existir.
La
gran pregunta ¿Se puede experimentar lo sublime exponiéndonos al arte?
Konečni
explica de manera estupenda en su artículo la diferencia entre lo sublime y esa
corriente de placer que nos produce ver a la Mona Lisa en el museo del Louvre,
o cuando se nos mete el gusanillo de adquirir esa escultura que nos movió el
piso en la galería para tenerla en la sala de la casa, o la tristeza que nos
produjo un Réquiem de Mozart en el día que se conmemora la muerte de un
familiar, esos sentimientos, esos profundos estados emocionales que nos llevan
a las lágrimas, que nos paran los pelitos de la nuca, que nos electrifican las
manos y nos llevan al aplauso emocionado, y a gritar ¡Bravo!
Sí,
el arte nos da algo diferente de la vida, nos hace humanos, nos hace hermosos,
nos llena de pasión, y si sentimos esos escalofríos leyendo un buen libro o
bailando flamenco, estamos viviendo la eternidad en un momento, son los
instantes que valen la pena vivir y compartir.
- saulgodoy@gmail.com
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