Estaba
escuchando con atención una entrevista que un periodista le hacía a un
politólogo (quien continuamente insistía en no ser político) sobre su opinión
sobre la candidatura de Falcón, y como éste, de todos los escenarios posibles,
escogió (y con razón) analizar la posibilidad de unas elecciones que promovía
el gobierno chavista por medios de las instituciones creadas para tal fin (el
CNE, la Constituyente Comunal Cubana, el Presidente de la República, en su
doble papel de candidato y jefe de estado), y de cómo esas elecciones, en esas
circunstancias y con esos elementos en juego, iban a crear una situación
política, que el politólogo decidió sería la ideal para los intereses de
Falcón, es decir, que ese candidato acapararía millones de votos de gente que
simplemente, por desespero, quería salir de Maduro, y que por tal motivo,
decía, Falcón era una opción que había que tomar muy en serio.
Era
un escenario por el que me había paseado en uno de mis artículos, pero nunca en
el grado y la insistencia en que lo promovía el politólogo; su escogencia
“situacional” la estaba convirtiendo en una realidad posible, es decir, que un
candidato de tercera, un “sargento”, como le dice despectivamente el
chavismo-madurista, pudiera convertirse en el próximo presidente de Venezuela.
Había
varios elementos de incongruencia en tal hipótesis de trabajo, siendo la más
obvia que las elecciones iban a estar controladas por el chavismo-madurista,
que sus resultados iban a reflejar la voluntad del establishment
revolucionario, no la del electorado que, por múltiples razones, se prestaría a
hacer el papel de tonto útil y pondría su nombre para disfrazar un fraude
electoral, sobre unos resultados que ya estaban decididos con antelación y de
acuerdo a las circunstancias del momento, no tenía la menor importancia que
fuera Maduro o Falcón el triunfador de los comicios, se trataba de fichas del
único jugador y cuyo resultado sería mantener en el poder a las mafias que nos
gobiernan.
Dentro
de la tesis que manejaba el politólogo, le daba a Falcón cierta autonomía y
decisiones personales que, en la realidad, jamás iba a tener. Pero el asunto
que quiero tratar no está en la lógica argumental de ese escenario en particular,
lo que quiero destacar es cómo la escogencia de un escenario, entre muchos,
afecta nuestro espacio-tiempo continuum, como el punto de vista del observador
influye en la construcción de la “realidad” esperada.
Tal como
lo planteaba el politólogo, el escenario que dibujaba era uno con mucho “poder”,
entendido, como lo hacía Don Juan, ese inolvidable personaje del brujo Yaqui en
el desierto de Sonora, del escritor Carlos Castañeda; es decir, le atribuía
características de fuerza suficiente para construir una realidad en la que los
venezolanos nos íbamos a ver envueltos, por los próximos seis años, de manera
inevitable y fatal, una idea que atrapa a las mentes ordinarias y las hace
vivir y sufrir una expectativa de vida que puede tornarse en destino.
El teórico
de la política, de manera imperfecta, muy apasionadamente, pero con enormes
huecos en su lógica, nos estaba resumiendo la consumación de unas elecciones
ilegales, ilegítimas, repudiadas por los electores venezolanos, por la
comunidad internacional y por la misma historia, donde el resultado era la
posible victoria avasallante (por un enorme número de votos de electores
desesperados) de un candidato como Henri Falcón, una ficha del gobierno de La
Habana, para seguir perpetuando la hegemonía chavez-madurista en el país y
conservar nuestro estatus de colonia cubana explotada.
Para
ello decidió darle credibilidad y “realidad”, es decir fuerza, a la tesis de
los chavistas, que se basa en que si se tiene el poder, el control de las
instituciones, de los medios de comunicación, de las FFAA, de los colectivos y
de la retórica comunista, ellos, representando la voluntad popular, lograrían
como resultado invariable el sometimiento de los venezolanos a la opresión del
socialismo del siglo XXI.
De
todos los escenarios posibles, que son muchos y distintos, el politólogo,
quizás por su formación y con esa visión de túnel que da el ejercicio de la
profesión, decidió que aquella predicción había que tomarla en cuenta, pues
podría concretarse como cierta, quizás sin darse cuenta de que estaba jugando
para el bando del gobierno, como una más de las víctimas que la propaganda y la
ideología totalitaria han construido en la mente de los venezolanos.
El
problema de ese escenario, en particular, es que para que se hiciere realidad,
los venezolanos y el mundo tendríamos que estar como convidados de piedra, sin
hacer absolutamente nada para conjurar tal fraude y que se haga realidad.
La
tesis que traslucía era que si unas elecciones eran convocadas por el órgano
electoral, en los tiempos de ley y con la aprobación del soberano (en este caso
creo que se refería a Maduro), esas elecciones y sus resultados eran de una
realidad y concreción tales, que no había nada que hacer si se producían.
Y
salió en la conversación con el periodista, en no pocas ocasiones, el ejemplo
de Churchill en las horas más obscuras de la historia de Inglaterra, con
referencia a las películas sobre el Primer Ministro durante la Segunda Guerra
Mundial y el sitio de Dunkerque, donde el ejército británico quedó atrapado
entre el mar y el avance alemán en Francia.
La
tozudez de Churchill en tomar las armas en contra del enemigo, en vez de las
conversaciones de paz que sus enemigos políticos proponían, fue tomada como
ejemplo para destacar el supuesto error de los venezolanos demócratas de jugar
a la abstención. El estudiosos en política hizo una improbable elipsis,
asociando lo que él llamaba un error de la MUD, al no presentarle batalla al
chavismo en las elecciones, alegando que había que recoger el guante y
contarnos bajo cualquier circunstancia, incluso cuando sabemos que hay una trampa
de origen que alteraría cualquier resultado.
Sigue
imperando en la conciencia de algunos venezolanos que el acto electoral, no
importa como aparezca en el paisaje, es buena caza en todo evento y por lo
tanto no hay que dejarlo pasar y hay que votar… y es, precisamente, esta ingenuidad
del venezolano, bien sea sobre el voto que no decide o sobre escoger entre dos
males iguales, la gran ventaja que el maduro-castrismo utiliza en nuestra contra
cada vez que puede.
Nuestro
talón de Aquiles, cultivado por los partidos de la MUD y por una gran cantidad
de politólogos, es que fuera del voto no hay vida; así, la política es
entendida únicamente como resultado de un acto electoral y todo lo demás es considerado
una pérdida de tiempo, y esa es la razón por la que todos esos frentes amplios,
que la oposición política se esfuerza en concretar, terminan en un llamado a
las elecciones, como si en la vida política de las personas no hubiera algo
más.
Ese
escenario que el politólogo nos dibujaba, donde hay un candidato, Henri Falcón,
engrandecido por los millones de votos de gente desesperada por salir de Maduro,
y dándole sus votos al candidato de Maduro y, además, presentándolo como una oportunidad
de salir de nuestra crisis, es de las cosas más cándidas que he escuchado en mi vida.
Insisto,
los venezolanos debemos dejar de hacer como esos perritos que tratan de
morderse la cola haciendo círculos interminables hasta quedar exhaustos. La salida
electoral está anulada por los momentos; dejemos de jugar a que podemos ganar
votando en contra de los que cuentan los votos y tienen las armas para imponer
sus resultados; debemos pensar en otras maneras de actuar, incluso en aquellas
que nos dan culillo… recordemos a Churchill, con sus fuerzas menguadas y en las
peores circunstancias posibles, que le declaró la guerra a un enemigo
infinitamente superior y mejor armado (no fue a conversaciones de paz, ni a
negociaciones, no hizo plebiscitos, ni participó en elecciones), y ganó,
triunfó porque tenía que sobrevivir.
- saulgodoy@gmail.com
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