viernes, 8 de diciembre de 2017

Albéniz, “El Moro”


Dicen sus contemporáneos que como pianista era de los mejores, reconocido en su España natal como el “Rubinstein español” , era un virtuoso y podía interpretar casi que cualquier género de música con una maestría sin igual, a los veinte años de edad, un periodista británico luego de sus presentaciones en Londres (1889) reseñó: “Registremos el éxito prodigioso del señor Issac Albéniz, pianista de la Reina de España, quien, en su recital en el Princes Hall ha tocado no menos de 27 obras, entre ellas dos grandes sonatas de Beethoven y Chopin, con una maestría y expresión absolutamente fuera de serie. El virtuosismo desplegado en la ejecución, reflejo notable de los efectos orquestales de tres transcripciones hechas por Brassin de Los Nibelungos de Wagner, incluido la famosa Cabalgata de las Valkirias, bastarían para situar a Albéniz en la primera fila de los pianistas contemporáneos. Añadamos que diversas y muy bonitas piezas de su propia cosecha denotan, aunque pertenecen al género ligero, el saber hacer de un músico serio”.
No sé cómo ha podido tomar el artista este comentario quien siempre estuvo atrapado en el dilema de ser un gran intérprete del piano, que lo fue en vida, o un compositor de valía, como fue reconocido luego de su temprana muerte, y que varias veces en su carrera provocó serios disgusto entre el maestro y su público.
Lo que sí podemos decir es que Isaac Albéniz (1860-1909) es una de las figuras fundamentales de la música española, y pieza clave en el movimiento romántico europeo.
Pero fue este genio catalán igualmente culpable de desmeritar su propia obra, aunque siempre la trabajó con denuedo e invirtió tiempo y estudios en construir sus partituras, algunas de una finísima tesitura que más bien parecen obra de un orfebre, se refería a ellas como “porqueriitas” y les daba poco valor, de hecho una cantidad respetable de obras para piano de su autoría, se perdieron en su juventud de aventurero y viajero incansable.
Pero de igual manera, la figura de Albéniz como compositor y uno de los pioneros en formalizar la música española, de incorporar los elementos locales y folclóricos íberos como parte del lenguaje musical, de la misma forma que las rapsodias son parte importante de la música húngara, las mazurcas laten en el corazón musical polaco, los leader importan para los austríacos y las dumkas para los de Bohemia, Albéniz incorporaba lo que le venía de naturaleza, las habaneras, la zarzuela, los oratorios, los cantos andaluces, los madrigales, los fandangos y las jotas, que para su buena suerte, contaba con una muy buena voz y gustaba cantar, algo que le ayudaría en sus trabajos para el teatro y los musicales ingleses en los que trabajó, y para su incursión como empresario de la zarzuela en España.
Llegados a este punto es necesario hacer un “flashback” como dicen en el cine, retrotraernos a su infancia para comprender un poco mejor la vida de este genio musical; nació en 1860 en la provincia de Gerona, Cataluña, el mismo año que nació Mahler y que Norteamérica enfrentaba la Guerra de Secesión.
Su padre trabajaba para el gobierno y que dada la precocidad de su hijo para la música, le dedicó tiempo para presentarlo en locales públicos, su debut musical fue más temprano que el de Mozart, a los cuatro años de edad dio su primer concierto ante el asombro de un público, que buscaba detrás del escenario el pianista que tocaba por el niño, no podían creer tal habilidad de parte de la criatura.
A los siete, iba a ser admitido en el Conservatorio de París, pero el famoso incidente de arrojar una pelota en contra de uno de los vitrales del establecimiento mientras jugaba, le costó posponer su entrada por dos años.
Estudia en Barcelona y luego en Madrid bajo la tutela de los maestros Mensizábal y Ajero, con quienes empieza a desarrollarse técnicamente, a los diez años y debido a una falta de su parte que generó un reclamo a su familia, aborda un tren como polizonte y escapa, sin rumbo; en el tren conoce al Alcalde de El Escorial a quien le dice que su familia es muy pobre, y él, con su arte, quiere ayudarlos financieramente, el funcionario se apiada del muchacho y le organiza una presentación en el Casino, que fue todo un éxito junto al organista de la Capilla Real, que no salía de su asombro con el habilidoso muchacho, con dinero en el bolsillo lo montan en un tren y lo devuelven a Madrid, pero vuelve a escapar.
Convertido de repente en su propio empresario realiza presentaciones en cafés, pequeños teatros, ferias, ganándose su propio sostén y ahorrando algo de dinero, toca en Ávila, en Peñaranda de Bracamonte, en Salamanca donde unos salteadores de camino lo roban, parte de nuevo desde cero y sigue su tour por Valladolid, Palencia, León. Logroño, Zaragoza, Barcelona y en Burgos, donde luego de varias semanas, finalmente lo agarran, su padre había leído de sus andanzas por el periódico y le pidió a un amigo que lo retuviera y se lo llevara a casa.
Pero ya con el sabor de la aventura en la boca, y explotando su increíble capacidad para la improvisación vuelve al poco tiempo a escapar, y esta vez, la emprende hacia Andalucía la tierra que lo embrujaría para siempre, en Cádiz el joven prodigio pone nerviosa a la policía y antes de que pudieran atraparlo, se embarca en un buque con destino a América, su intención era llegar a Puerto Rico y luego dirigirse a Cuba, ambas eran todavía colonias españolas, de nuevo iba de polizón, tuvo la suerte que en el barco había un piano y se ganaba sus propinas por entretener al pasaje, pero fue descubierto y lo desembarcaron en Buenos Aires.
Su biógrafo André Gauthier nos relata:
Por desgracia, también nos faltan detalles de este viaje, mucho menos novelesco que el precedente, y que haría las delicias de la pequeña historia, la anecdótica. A los doce años, perdido en la soledad de un país lejano, en donde el paquetito de recomendaciones resultaba prácticamente ineficaz, Albéniz conoció probablemente días crueles. La vida musical en Buenos Aires estaba todavía en sus primeros balbuceos y pocos establecimientos públicos poseían un piano. Fácilmente imaginamos las dificultades con que podía tropezar la modesta ambición del niño prodigio de hacerse oir, aunque fuese por un puñado de consumidores a la hora del aperitivo. No obstante fue allí donde un compatriota suyo le descubriría, simpatizando con él hasta el punto de ayudarle a organizar conciertos en el Uruguay y en el Brasil.

De vuelta a España, el padre le impone un riguroso plan de trabajo que lo obliga a ocupar todo su tiempo, la situación política había favorecido al jefe de la familia quien tenía planes de llevarse a su hijo a La Habana una vez que saliera su nombramiento como inspector general de Aduanas.
Cuando cumple los quince años Albéniz decide irse a probar suerte en los EEUU, esta vez el padre le permite viajar solo, sabía que era inútil detenerlo, contaba con quince años cuando desembarca en New York en 1874, se lleva el chasco de su vida, un adolecente que toca Schumann y Liszt en los cafés de Gothan no es nada especial, se requiere de mucho más para llamar la atención y competir, de modo que no tiene otra opción que unirse a un troupe de vodevil y tocar dándole la espalda al piano, o cruzando los brazos sobre el teclado y hasta saliendo al escenario disfrazado, y tuvo que recurrir a otros trabajos como el de cargar equipajes y hacer encomiendas, pero nada de esto lo desanimaba, se fue hasta San Francisco donde pudo, por fin, ofrecer un recital, pero a pesar del trabajo pesado y a veces absurdo, regresaba a Europa con una buena cantidad de dólares en los bolsillos.
En esta siguiente etapa de su vida, sigue dando conciertos por Europa pero decide establecerse en Leipzig en Alemania para estudiar en su conservatorio bajo la tutela de Karl Reinecke y Salomon Jadassohn quienes le enseñaron los principios de instrumentación y composición desarrollados por el gran maestro Hauptmann, se le acaban los dólares y regresa a España ya convencido que nada más tenía que aprender sobre el piano y que había llegado el momento de componer, de poner por escrito sus ideas y sentimientos, aunque le quedaba un sueño que no había cumplido, conocer y estudiar con el maestro Franz Liszt.
Durante buena parte de su juventud compuso piezas para piano, muy poco de ese trabajo ha llegado hasta nosotros, pero ahora tenía las herramientas y la seguridad de poder lograr un trabajo mucho más profesional y desarrolla una intensa actividad de búsqueda de su propia voz.
Empezó a aceptar alumnos en su mayor parte de la nobleza madrileña, consiguió una bolsa de estudio de manos del secretario del rey Alfonso XII, el conde Murphy, volvió a viajar a los EEUU esta vez como pianista del Teatro Lírico belga en el verano de 1878, ganó un primer premio por su ejecución al piano en Bruselas, otorgado por los tres mejores pianistas de Europa para el momento, Rubinstein, Planté y  Hans Von Bülow.
Con el dinero ganado y una carta de recomendación del rey, fue en pos de su gran sueño, conocer a Liszt, con tal propósito viajó a Hungría y el 15 de agosto de 1880 es recibido por el maestro sexagenario, convertido en un austero sacerdote, consultor de los grandes compositores del mundo, conversaron largamente y le pidió al joven que improvisara algo de su tierra en el piano, y sabiendo que el maestro era un avezado interprete conocedor de todos los trucos del instrumento, prefirió entregarse a sus exploraciones del alma española, al terminar Liszt le habló de la importancia del nacionalismo, del espíritu vivencial de la tierra.
Cuando regresa a España tiene el gusanito de búsqueda del espíritu nacional y hace una inmersión profunda en la zarzuela, y tiene la fortuna de conocer a Felipe Pedrell, uno de los motores fundamentales de lo que sería  La Escuela Española, teórico cultural de la españolidad en la música, incansable luchador y promotor de la música autóctona entre los nuevos compositores.
Para sostenerse acepta escribir las partituras para unas operas del banquero inglés Francis Money-Coutts, quien quería incursionar en el teatro, desde París le pone la música a los libretos de su patrón y salen al estreno Henry Cliffort, Pepita Jiménez y Merlín con mediano éxito.
Debemos explicar que para aquella época los pianistas de todo el mundo buscaban piezas españolas que se hacían populares por su novedosa técnica, su ritmo, las extrañas coloraturas que impregnaban sus temas y las piezas de Albéniz, reunían todo eso, la historiadora de la música Ann Livermore lo explica en su obra Historia de la Música Española (1972):
La reputación de Albéniz quedó consolidada bajo las manos de muchos pianistas, que hallaron en España de los primeros tiempos en sus Cantos de España, Danzas Españolas, Recuerdos de Viaje, Obras para Piano, las dos Suites Españolas, Piezas Características, España, Recuerdos de España y la apoteosis de su deseo y búsqueda incansable, plasmada en su Iberia, que siguió una trayectoria creciente en pos de la liberación con sus piezas para orquesta Rapsodia Catalana, La Vega, Azulejos y Navarra. El primer cuaderno de Iberia, Evocación, El Puerto y Corpus en Sevilla apareció en 1906, el segundo y tercero Triana, Almería, Rondeña, El Albaicín, El Polo y Lavapies en 1907-1908, Málaga, Jeréz y Eritaña, en 1909. En unos cuantos meses Albéniz, que había estado enfermo por algún tiempo, empeoró y abandonó París. Pasó los últimos días de su vida en Cambo, lugar melancólico cercano a tierras vascas, en donde halló no pocas amistades. La obra de Claude Debussy Iberia apareció en 1907, poco después de la publicación en 1906 del primer cuaderno de la Iberia de Albéniz.


Hubo siempre un una incomprensión y cierto rechazo de los españoles hacia este compositor, y siendo de un carácter sensible, éste sentía el abismo que lo separaba de su patria, razón por la cual la última parte de su vida lo hizo en un autoexilio en París, justo en el momento en que los grandes músicos del modernismo hacían vida allí, Albéniz conoció y compartió con Cesar Franck, con Claude Debussy, tenía amistad con Saint-Säens, con Falla, con Gabriel Fauré, Paul Dukas, Vicent d’Indy y tantos otros que le visitaban y compartían veladas musicales. Ya enfermo, con graves dolencias del corazón tuvo la oportunidad de ver publicada Iberia, su muy personal y espectacular despedida a la España de sus recuerdos.   -  saulgodoy@gmail.com

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