La
teoría clásica del marxismo se basaba en una salvaje lucha de clases donde
mientras el rico se hacía más rico, el pobre se hacía más pobre, hasta llegado
el momento en que el proletariado sería tan grande y los ricos tan pocos
(terminarían comiéndose entre ellos, en una especie de darwinismo económico),
que sobrevendría la revolución y la instauración del comunismo.
Por
supuesto, la utopía del marxismo era lo fundamental: una superioridad moral del
marxismo sobre el liberalismo (el pensamiento que cree en las libertades y
capacidades individuales, que mucha gente confunde con el capitalismo, que es
el sistema económico que deriva de la ideología capitalista).
El
socialismo, que es una de las formas y apelativos del comunismo, se basaba en
el sacrificio desinteresado y el compartir comunitario entre la gente, valores
que, frente a la implacable lógica de explotación motivado por intereses
egoístas, hacían del capitalismo un demonio que, por medio de la explotación,
la competencia y la alienación, tenía como único resultado un conflicto de
clases.
Estas
condiciones (contradicciones) que producía el capitalismo, necesariamente
injustas, creían que llevaría a las masas empobrecidas a la revolución, sólo
había que esperar a estas señales que llevaría a la sociedad a cambios
violentos.
Esta
manera de ver el capitalismo que tenían los socialistas, lo convertía en un
productor de pobreza, de violencia, que derivaba en una estructura donde los
ganadores (unos poquitos) estaban en el tope de la pirámide, con una gran
cantidad de perdedores en la base; la competencia sería tan fuerte que canibalizaría
cualquier intento de surgimiento de una clase media, el capitalismo condenaba a
la gran mayoría a la pobreza, de eso no había la menor duda.
En
este escenario, los marxistas clásicos sacaron sus cuentas (unas predicciones
de carácter “científico” expuestas por Marx en su obra El Capital), que fueron las siguientes: primero, que el
proletariado aumentaría y los grados de pobreza también, es decir que todos
serían cada vez más pobres, y esto era fácilmente explicable, porque los pobres
lo único que tienen para vender es su trabajo, pero al haber más y más pobres
el valor del trabajo se devaluaría, los que tuvieran trabajo ganarían cada vez
menos. Segundo, que la competencia capitalista obligaría, en unos resultados de
suma-cero para todos, a reducir incluso el número de ricos, obligándolos a
ceder sus bienes y fortunas a los verdaderos ganadores, a los más agresivos de
la cadena alimenticia.
Y de
esta manera, los primeros socialistas y comunistas esperaron, y esperaron… y estas
predicciones no se cumplían. De hecho, los trabajadores vivían cada vez mejor,
los que hacían trabajos manuales se redujeron y los que quedaron ganaban más
por sus trabajos; la clase media creció y hasta pudo acumular riquezas, la
calidad de vida aumentó para todos, mejoró la salud, había más viviendas para
los trabajadores, tenían acceso a mejores servicios, sus hijos se educaban, no
había señales por ningún lado de ese malestar social que encendería la
revolución, por lo que los marxistas tuvieron que volver a la mesa de diseño y revisar
seriamente sus postulados, porque algo no estaba bien.
Entre
los que se dieron cuenta de estas contradicciones del socialismo estuvieron los
Fabianos, en Inglaterra, un grupo de socialistas que decidieron olvidarse del
desagradable asunto de la revolución y encarar el reto socialista por medio de
la evolución… lo que significaba convencer, discutir, movilizar y ganar el apoyo
con los votos.
Igualmente,
los socialistas alemanes se dieron cuenta de que el trabajador común no estaba
ni interesado ni preparado para una toma del poder, que lo mejor que podían
hacer era preparar una élite de socialistas que educara, dirigiera y hablara,
por sus agremiados, con los dueños de los medios de producción y defendiera sus
intereses ante el estado, por lo que se fueron más por el lado de las reformas sociales
que por la revolución.
En la
Rusia anterior a 1917, Lenin también llegó a la conclusión de que el marxismo
necesitaba una revisión; su país era más agrario (feudal) que industrial, no
había manera de que el capitalismo fuera culpable del atraso, la masa campesina
soportaba con estoicismo sus penurias, si se aplicaba las recetas del marxismo
clásico, habría que esperar primero que el capitalismo apareciera y madurara en
Rusia, para que entonces se encendiera la revolución, lo que iba a tomar
muchísimo tiempo.
Lenin
ideó entonces llevar a Rusia del feudalismo al socialismo, sin pasar por el
capitalismo, por medio de una élite revolucionaria que impusiera a la fuerza la
dictadura del proletariado, algo por lo que Marx jamás se había paseado.
El
profesor de filosofía Stephen R.C. Hicks nos explica en su libro Postmodernismo (2004) lo que sucedió en
China:
“… Mao se había inspirado en los
resultados de la revolución Bolshevike de 1917, - Rusia, escribió en aquel entonces- era el
país civilizado número uno en el mundo- aunque no estaba muy impresionado con
los resultados del comunismo, en educar y organizar al campesinado chino. De
modo que Mao también decidió que había que construir el socialismo directamente
sobre el feudalismo. Comparado con Rusia, China tenía aun menos conciencia
política de masas. Consecuentemente, creía que el campesinado tenía un papel en
la revolución, pero un fuerte liderazgo de élite era necesario. Mao introdujo
dos variaciones que Lenin no había incorporado. En la visión del marxismo
clásico el socialismo debía desarrollar una base económica industrial y
tecnológica, que sería originada y mantenida por las fuerzas de la lógica
dialéctica. Mao desestimó la tecnología y la racionalidad, Decidió que el
socialismo chino sería más agrario y bajo en tecnología y que estaría basado
menos en lógica y la razón, y se afincaría en la menos predecible voluntad y
asertividad del pueblo.”
Todo este movimiento de cambios y transformaciones
en el marxismo, llegaría a concluir lo que ya declaraba la corriente del
nacional socialismo y del fascismo en la Europa de los años 30 del pasado
siglo, y era que el socialismo necesitaba de una aristocracia; el socialismo
era para la gente, pero dejó de ser por
la gente; para alcanzar el socialismo, en medio del triunfo capitalista en el
mundo, se hacía necesario un liderazgo fuerte y despiadado, que le dijera a las
masas lo que tenían que pensar y hacer en el momento preciso.
Esta deriva hacia el autoritarismo y el
totalitarismo marcaría el avance del socialismo en el mundo, a costa de grandes
genocidios, hambrunas, guerras y quiebras económicas. El socialismo, llevado a
cabo por unos “revolucionarios profesionales”, ha marcado el profundo retraso
en buena parte de los países que tuvieron la mala suerte de ser contagiados por
la utopía marxista, donde los únicos que gozan de los beneficios y de los
privilegios del poder son, precisamente, las élites revolucionarias; la gran
mayoría, el pueblo, debe tener fe en que, en algún momento en el lejano futuro,
les toque a ellos descansar de las penurias y las carencias en que viven.
Mientras tanto, el capitalismo avanza sin
competencia, aumentando la calidad de vida de las naciones que deciden hacerlo
su forma de vida; vivir en democracia y en libertad, parece, no tiene parangón
frente al primitivo culto al socialismo, de esos políticos que prometen el
paraíso en la tierra y que todo lo hacen por amor.
El socialismo y el comunismo son una farsa; su
historia es la del acomodo de un grupo de parásitos en el gobierno, para explotar
a los pueblos y arruinarlos; no se trata de un sistema o de ideas económicas
viables, que generen riqueza y productividad, es sólo un catecismo de mentiras
y un listado de buenas intenciones, que sólo conducen al abismo del
colectivismo.
El capitalismo, en cambio, es el reflejo natural de
la vida de los mercados, de la producción libre y en competencia por los
mejores productos y precios, de la mejor oferta a los consumidores, quienes por
medio de la libre oferta y la demanda determinan lo que valen las cosas; el
capitalismo es un verdadero sistema económico, el único, hasta el momento,
capaz de adaptarse a las diferentes circunstancias y mercados, que ha sorteado
diferentes crisis, el único que ha podido levantar países arruinados por
devastadoras guerras y sacado a sociedades enteras del desespero de la pobreza.
El socialismo y el liberalismo son ideologías, el
capitalismo y la planificación centralizada del estado (el favorito de los
comunistas y socialistas), son sistemas económicos. Quienes pretendan sacar a
un país de la miseria, e integrarlo al progreso, por medio de experimentos
sociales y sistemas económicos basados en sentimientos y “puntadas” están
destinados al fracaso. Eso es historia.
- saulgodoy@gmail.com
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