sábado, 28 de octubre de 2017

Sobre la vida del Dr. Johnson y Boswell


A pesar de sus penurias económicas, Samuel Johnson, fue un hombre admirado y protegido por amigos y conocidos, entre ellos miembros de la intelectualidad inglesa, de la nobleza, del clero, de políticos y exitosos comerciantes, quienes no dudaban en invitarlo a sus casas para escucharlo o presentarlo a sus amistades.
Eran tiempos en que una buena conversación era de las mejores maneras de entretenerse y aprender. 
Es difícil para nosotros imaginarnos aquellos días sin radio ni televisión, donde escuchar música era privilegio de pocos, tal  como dijo una vez Milan Kundera: “... cuando la música era como una rosa que crecía en una enorme planicie nevada de silencio”.
En los tiempos de Samuel Johnson, quien pudiera proponer y desarrollar una conversación inteligente, clara y amena tenía un público ávido que sólo buscaba la oportunidad de acercarse y disfrutar de escuchar cosas sabias y bien dichas.
Johnson fue un maestro en esta actividad, es curioso notar que no le dedicó mayor atención a esta habilidad natural que tenía hasta tarde en su vida, en 1783 expuso algunas ideas sobre el arte del buen conversar: “Tiene que haber, en primer lugar, el conocimiento, se debe disponer de materiales; en segundo lugar, tiene que poseerse el comando de las palabras; en tercer lugar, tiene que haber imaginación, el poner las cosas en perspectivas que comúnmente no se ven; y en el cuarto lugar, tiene que haber una presencia de la mente y una resolución que no debe amilanarse por fracasos; este último requisito es esencial; por falta de él es que la gente no se destaca en las conversaciones.”
Johnson siempre consideró una buena conversación como un juego, como una competencia, y para ello desarrolló técnicas de oratoria y declamación muy elaboradas.
En ese toma y dame de una conversación, creía que la victoria iría al mejor dispuesto y dentro de su círculo de amigos tenía competencia, sobre todo Edmund Burke, de quien decía “...ese individuo me obliga a concentrar todos mis poderes”,  y jamás se enfrentaba a él si se sentía indispuesto.
Reunidos en tabernas o en lujosas mansiones, servidos de abundantes viandas y delicados  licores, las horas pasaban en congenial charla sobre los más disímiles tópicos.
Debemos acotar que Johnson bebía con las comidas, más tarde en su vida, decidió ser abstemio, por cuestiones de salud  antes que morales; decía del vino: “No pude dejar el vino, porque no pude soportarlo, puedo beber tres botellas de oporto sin que salga lo peor en mí por ello.”-  pero tampoco soportaba los excesos de la bebida, decía- “Aquel que hace una bestia de sí mismo lo hace para no lidiar con el dolor de ser un hombre... es mucho mejor para un hombre asegurarse de que jamás estará intoxicado, nunca debería perder el poder sobre sí mismo.”
Y aunque ya para su tiempo se destilaba y embotellaba la uisge beata en Escocia, que era el antecesor del scotch whisky, esta bebida no era muy popular, por lo que su afición por el oporto era legendaria, en una ocasión dijo: “¿Que más se puede pedir? es oscuro, es grueso y emborracha... el Claret es para muchachos, y el oporto para hombres; pero aquel que aspira a ser un héroe debe beber Brandy”
Su  más famoso biógrafo fue James Boswell, quien a los 22 años conoció a Johnson cuando éste contaba con 53, eso sucedió en el año de 1763.
El joven había viajado desde Escocia a Londres únicamente que para conocer al ¨Doctor¨ a quien admiraba por sus escritos.
Boswell, hijo de un próspero juez, llegó a ser el autor de una biografía considerada como de las mejores en su género: The life of Johnson.
Este joven intelectual reverenciaba a su autor favorito y procuraba estar siempre a su lado, sobre todo en esas invitaciones a almuerzos  y cenas  a las que Johnson  acudía con su palabra oportuna e ingeniosa.   A  la luz de los candelabros desgranaba los temas con lucidez pasmosa ganándose la fama del  mejor conversador de Inglaterra.
Es interesante notar el poco afecto que le tenía Johnson a los escoceses, siempre se refirió a esa región con desdén: “algo les puedes enseñar si los capturas de pequeños”  decía con ironía de sus habitantes. En cierta ocasión refiriéndose a los aspectos positivos de Escocia dijo: “...Lo más importante de Escocia... es el camino principal que los lleva a Inglaterra”.  Es por ello notable que estos dos hombres se la llevaran tan bien, y que fuera justamente un abogado escocés, quien inmortalizara su figura.
Thomas Carlyle no tenía una buena opinión de Boswell, decía de él: ¨Se le tiene por hombre mediocre, afectado y glotón  y tal era en  muchos sentidos. Y con todo, su veneración hacia Johnson es digna de consideración.  Él, aquel disparatado, engreído  escocés, el hombre más engreído de su época, se allegaba al grande y polvoriento pedagogo en su miserable buhardilla.´
Boswell visitaba Londres cada vez que podía y en poco tiempo empezó a tomar notas de lo que el maestro decía. Las amistades de Johnson se molestaban al ver al importuno hombrecito pegado del literato a todos lados que iba aún cuando Boswell no estuviere invitado, le decían “perro faldero” y “pegoste” de tan notoria que hacía su presencia.
Miss Burney, una de sus tantas admiradoras decía de Boswell: “Concentraba toda su atención sobre su ídolo, ni siquiera contestaba cuando alguien le preguntaba algo. Cuando Johnson hablaba, sus ojos se agrandaban atentos; se inclinaba casi hasta estar sobre el hombro del Doctor; con su boca abierta repetía cada sílaba; y parecía que escuchaba hasta la respiración de Johnson como si tuviera algún significado místico. Tomaba cada oportunidad de estar lo más cerca de Johnson hasta cuando comía, y a veces se le ordenaba imperiosamente que volviera a su sitio, como si se tratara de un fiel pero sobre-amistoso spaniel”.
Fernando Sabater en un delicioso ensayo intitulado  Boswell, el impertinente  nos precisa: “Fue algo así como el padre del periodismo cultural, y desde luego el inventor de ese género literario tan apasionante, superfluo e inexacto: la entrevista”.
Y es que sin Boswell el retrato de Johnson estaría incompleto, crearon una pareja de visos históricos y con una cualidad casi cómica como lo fueron las grandes parejas de la historia, Sancho y Don Quijote, Sherlock y el Dr. Watson, el gordo y el flaco... en este caso los dos eran entrados en carnes pero el uno era moralista y sabio, el otro observador y vagabundo.
Sabater continúa diciendo: “Algunos, entre los que me cuento, han llegado a la conclusión que el secreto de Boswell estriba en que era imbécil. De allí su impudicia y la extraña diafanidad de su trato con grandes y pequeños. En cambio nadie duda de que fue un autentico salido.  Sus diarios suelen repetir con variantes la misma pericia: en casas de amigos respetables Boswell se extralimitaba con el oporto, sale a la calle enardecido (“no puedo contener mi ardor”, anota el pobrecillo) y dando tumbos, para liarse con una o varias prostitutas; días después se descubre poseedor de una hermosa blenorragia.”
De acuerdo a Johnson, Boswell era un excelente compañero de viajes, siempre de buen humor y nunca paraba de hablar aún en situaciones de peligro. “Señor, Si usted estuviera encerrado en un castillo con un bebe recién nacido ¿qué haría?” - era una pregunta típica de Boswell a quien le interesaban los temas más disímiles, aunque  exquisitamente banales, pero para Johnson era preferible tenerlo a su lado parloteando que enfrentando el silencio, que no soportaba.
Leslie Stephen en su obra Samuel Johnson (1900), nos dice porqué la biografía de Boswell es tan importante dentro de su género en la literatura mundial: “Su muy particular poder de observación puede escapársele a un lector descuidado o sin experiencia. Boswell tenía un poco de ese verdadero secreto Shakesperiano. Dejaba que sus personajes se revelaran por sí mismos sin entrometer comentarios innecesarios. Nunca perdía el sentido de la historia y lo hacía sin llamar la atención sobre ella. El nos da lo que se requiere del personaje o de la situación. Y es cuando comparamos sus reportajes con otros menos experimentados reporteros, cuando apreciamos su habilidad para extraer la esencia de una conversación... todo aquel que ha tratado de resumir una conversación aprenderá a apreciar los poderes de Boswell no sólo en memoria sino en su representación artística”.
De ese gusto por la buena mesa y compañía es que alrededor de Johnson se agruparon unas personas, la mayoría con holgados recursos económicos, para conformar lo que se conoció como el ´Ivy  League Club´, sus miembros: médicos, jueces, escritores, abogados, militares, actores, hombres todos de fama y éxito profesional se reunían para disfrutar de cenas y largos pousse-café, donde el Sherry y amontillados finos se degustaban en ambientes exclusivos. 
En 1764 la corporación cambió su nombre al de ´The Club´, el primero de los clubes ingleses privados sólo para miembros, no  permitían  mujeres. Fue fundado por Sir Joshua Reynolds, “Nuestro Rómulus” decía Johnson, sus miembros originales eran Reynolds, Johnson, Burke, Nugent, Beauclerk, Langton, Goldsmith, Chamier y Hawkings.
Se reunían cada semana en la taberna “La Cabeza del Turco” en Gerard Street, Soho, a las siete de la noche, y la velada continuaba hasta altas horas de la madrugada. Luego que el Club incrementó sus miembros las cenas se hicieron formales, sólo por estricta invitación, y se consideraba un gran honor ser admitido en tan prestigioso ambiente.
Boswell fue admitido al Club 9 años después de su fundación, y recuerda aquel momento como uno de los más felices de su vida.  The Club todavía sobrevive en Londres manteniendo la tradición que le imprimió su fundador.
El investigador  John Bailey en su obra, Dr. Johnson and his Circle, nos ilustra sobre el grupo de amistades que constantemente buscaban la compañía de éste gran hombre (fuera del “the Club”, por supuesto), entre las mujeres estaban Elizabeth Carter, una académica especializada en los griegos, traductora de la obra de Epictetus, la novelista Fanny Burney, las señoras Montagu, Macaulay y Hannah Brown, tres de las mujeres más brillantes y cultas de la sociedad londinense, la Duquesa de Devonshire considerada una de las mujeres más bellas de su tiempo pasó parte de su juventud entre el exclusivo círculo, igualmente la atrevida actriz Kitty Clive.
Johnson tenía un especial encanto para las mujeres, quien, al contrario de los otros hombres más vanidosos y conscientes de sí, tendía a olvidar su apariencia personal y obligaba a las damas a concentrarse en los encantos de su personalidad, de las que Johnson era pródigo, e incluso, inspiraba cierta ternura.
Su aspecto personal siempre fue descuidado, le gustaba llevar la misma ropa por días e incluso llegó a declarar que no le gustaba la ropa nueva, no era muy aseado y debido a su problema con la vista era usual que acercara su cabeza a las velas más de la cuenta, para poder leer mejor, y no era extraño que se sentara a la mesa con la peluca chamuscada. Algunos de sus anfitriones tenían la delicadeza de tenerle pelucas de repuesto que se la ofrecían antes de pasar al comedor.
A pesar de que Johnson no se daba cuenta de que su vestido, su olor y sus excéntricas maneras podían resultar a veces ofensivos, siempre se preocupó por ser educado hasta el fastidio.
Entre sus amigos destacan Shelburne, que fue Primer Ministro el año que Johnson muere, un hombre misterioso con una reputación siniestra, gran coleccionista de arte y manuscritos, mecenas y un estudioso de la política, Fox, parlamentario, miembro del “The Club”, uno de los hombres más temidos en la Casa de los Comunes por su viperina lengua, un genio de la negociación y de componendas políticas, fue el principal defensor de la pensión de Johnson ante el parlamento cuando la moción fue atacada.
Otro político famoso fue William Windham, uno de los hombres que más reverencia sentía por Johnson, ocupó la más alta magistratura en Irlanda en representación del Rey y le acompañó en su lecho de muerte hasta el último momento.
La lista de parlamentarios que acudía a las veladas con el Doctor es larga, muchos de ellos pusieron su prestigio y fortunas para propiciar no sólo las veladas del Club, sino para financiar algunos proyectos y viajes de Johnson.
Gibbon el historiador, Percy el poeta, Joseph Warton, el editor de Pope, el Obispo de Salisbury, los médicos  Heberden y Laurence, éste último Presidente del Colegio Médico con quien gustaba de conversar en latín, el abogado y erudito Sir William Scott eran algunos de los afortunados comensales de estas reuniones exclusivas.
Nos dice Bailey: “... vale la pena observar... de cerca la composición de esta sociedad donde Johnson reinaba como rey indisputable. Lo más extraordinario era que su círculo intimo, el más cercano, incluía cuatro hombres de genio.  Eran sus más queridos amigos Reynolds, Burke, Goldsmith y Boswell. De ellos los primeros dos eran reconocidos como el más grande pintor y el más grande orador de Inglaterra y quizás de Europa, el tercero, cuando murió, fue declarado por algunos como el más auténtico de los poetas; y lo que es más importante, en el lapso de 100 años, poco es lo que se pueda decir en contra de la fama que sus contemporáneos les otorgaron.
De Boswell es suficiente repetir que, si bien no pudo compararse con la vida ni los poderes mentales de estos otros, dejó un libro después de su muerte, en el cual cada sucesiva generación  reconoce la originalidad del mismo, que no es sino otra manera de decir que era un genio.”
Una de las investigaciones que están por hacerse es la de Johnson como ´Gourmand´, nadie como él disfrutó de la buena mesa de su época, sobre el tema existe el suficiente material de la mano de Johnson, incluyendo varios artículos en  ´The Rambler´ que habría que recopilar y ordenar, entre ellos, un excelente ensayo sobre la glotonería.
De las más famosas anécdotas de Johnson está la referida por Boswell en su biografía.  Cuando Johnson en una cena con varios caballeros, introduce en su boca insensatamente un pedazo de papa hirviendo, la escupe con estruendo  ante el asombro de los otros comensales.  Al  recobrar la compostura  y  ante la actitud perpleja de sus anfitriones su única explicación fue: “Bueno, un tonto se la hubiera tragado”.
Boswell describe al Johnson sibarita de la siguiente manera: “Nunca conocí a ningún hombre que le gustara comer  tanto  como  a él.   Cuando estaba en una mesa, estaba totalmente absorto en lo que lo ocupaba: su  mirada parecía sujeta al plato; al  menos que estuviera con una importante compañía, no decía palabra, ni siquiera prestaba atención  a lo que los otros decían, hasta que satisfacía su apetito, el cual era  fuerte y se complacía con tal intensidad que durante el acto de comer, las venas de su frente se hinchaban y generalmente una  profusa transpiración se hacía visible.   Para aquellos de espíritus delicados, esto era causa de disgusto pues sin duda no era propio del carácter de un filósofo, quienes se distinguían por  su autodominio. ‘
Una actitud que no era extraña a este hombre que pensaba de la siguiente manera: “Algunas personas cometen la tontería de no pensar, o pretender no pensar en lo que comen. Por mi parte pienso en mi estómago seriamente y con  mucho cuidado, porque me  importa, aquel  a quien no le importe su estómago mal le puede importar cualquier otra cosa.”
Por Boswell conocemos de uno de los menús que degustaron un domingo, en la celebración del día de Acción de Gracias: ‘Una buena sopa, pierna de cordero salcochada con espinacas, un pastel de ternera y un pudín de arroz.´
Acostumbraba asustar a las damas que lo invitaban a comer haciendo el siguiente comentario: “Yo, señora, que vivo comiendo en una gran variedad de buenas mesas, soy un mejor juez de la cocina que aquellas personas que cuentan con un muy tolerable cocinero, pero que viven frecuentemente en casa y sus paladares se adaptan gradualmente al gusto de su cocinero, en cambio yo, señora, experimentando en un amplio rango, puedo ser un juez mucho más exquisito”.
Gustaba de platos fuertes como puerco hervido, pasteles de ternera rellenos con ciruelas y azúcar. Su apetito por comidas livianas era igualmente excesivo, comía de siete a ocho duraznos antes del desayuno; era un prodigioso tomador de té, el Obispo Burnet le sirvió dieciséis tazas en una mañana y en la noche podía tomar hasta veinte tazas en una sola velada, quizás, era una de las razones de su insomnio.
Su humor se tornaba negro ante una mesa mal servida y no soportaba la mala cocina prefiriendo no ser invitado si se iba a servir “cualquier cosa”, consideraba una afrenta personal los descuidos de los cocineros con quienes peleaba a la menor provocación.
Boswell recogió un ácido comentario de Johnson al finalizar una cena a la cual fue invitado; “Esta cena estuvo suficientemente buena, eso es seguro, pero no fue una cena como para invitar a un hombre a comer.”
Si obviamos sus comentarios insidiosos y de su implacable crítica al momento de conversar, encontramos que era un hombre que valoraba la amistad como lo más sagrado, siempre velando por sus compañeros, preguntando por sus paraderos y en permanente contacto, le dijo a Reynolds en una ocasión: “Un hombre debe mantener a sus amistades en constante mantenimiento, de otra manera se encontrará solo cuando se haga viejo”, también diría: “Cuando recuento el día, lo considero perdido si no he conocido a alguien nuevo”.   -   saulgodoy@gmail.com


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