Para mi hermana Mildred Godoy,
una verdadera creyente, con respeto y cariño.
Fue
el padre de la sociología moderna, Max Weber, quien habló por primera vez del
“desencantamiento” del mundo, que era el fenómeno que observaba de una sociedad
primitiva dominada por creencias y entidades sobrenaturales, de mitos y
rituales que tenían que ver con una existencia donde lo anímico se
entremezclaba con la realidad, produciéndose la coexistencia de fuerzas
cósmicas y energías locales, dioses interactuando con los humanos, duendes y
hadas coexistiendo con las tribus y pueblos, era un mundo que Weber veía
reducirse hasta casi desparecer gracias a la modernidad, a los avances de la
ciencia, al triunfo de la razón sobre el pensamiento mágico, de allí el
desencantamiento.
Esta
idea la retomó el gran eticista y filósofo canadiense Charles Taylor en su obra
La Era Secular (2007) en donde
analiza como ese desencantamiento del mundo, también afectaba a las religiones
establecidas, y como el conocimiento de la realidad, iba poco a poco horadando
las bases de los dogmas y sus interpretaciones autorizadas.
Para
Taylor hubo simultáneamente un cambio en la manera como veíamos la naturaleza y
un cambio en el sentido del “yo”, que es la tesis fundamental de Taylor en su
obra, nos dice este autor:
… en la
medida en que las personas tenían una visión encantada del universo, esto es,
consideraban que los seres humanos habitábamos un campo de espíritus, algunos de ellos
malignos. En este sentido, desde luego, la ciencia, al ayudar a desencantar el
universo, contribuyó a abrirle el camino al humanismo exclusivo. Una condición
esencial para ello fue una nueva concepción del yo y de su lugar en el cosmos:
un yo no abierto, poroso ni vulnerable a un mundo de espíritus y poderes, sino
lo que denomino un yo «impermeabilizado»… es un hecho fundamental que nuestra
situación espiritual actual es histórica, es decir, que nuestra comprensión de
nosotros mismos y de dónde nos
situamos está definida en parte por nuestra conciencia de haber llegado donde
estamos, de haber superado un estado anterior. Así, somos plenamente
conscientes de estar viviendo en un universo «desencantado», y el hecho de usar
esta palabra revela nuestra conciencia de que alguna vez ese universo fue un
universo «encantado».
Taylor es uno de mis
filósofos predilectos y su obra es fundamental para comprender nuestra
modernidad, sobre todo en nuestro carácter moral, tan fundamental para nuestra
sobrevivencia en un mundo que se nos presenta absolutamente mecanicista,
rendido a los pies de la tecnología y de la ciencia, donde lo que importa son
las eficacias de los modelos políticos y económicos en sus metas por lograr sus
fines de orden y evolución ascendente, pero tengo un gusto por la arcaico,
todavía no termina de abandonarme ese deseo por lo primitivo a pesar de que me
siento copartícipe de tesis avanzadas como las del transhumanismo y anhelo “la
singularidad” que predijo Ray Kurzweil y que en estos momentos, mientras usted
lee estas líneas, se está produciendo en algún lugar del Silicon Valley en
California.
Para mis lectores que
no estén al tanto de lo que dijo Kurzweil, este gran científico en una
entrevista con John Brockman, editor de la publicación Edge.org., en el 2002,
lo explicó en sus propias palabras:
Estamos
entrando en una nueva era. Yo la llamo “la Singularidad”. Y es la unión entre
la inteligencia de las máquinas y la humana que creará algo mucho más grande
que ellas dos juntas. Es lo último en la evolución en nuestro planeta. Puedo
plantearles el caso como si fuera lo que está llevando los límites de la
inteligencia en general mucho más allá de lo actual, nunca antes se ha
producido. Para mi es la verdadera meta de la humanidad, es parte de nuestro
destino y parte del destino evolutivo, que el progreso se acelere aún a mayor
velocidad y que la inteligencia crezca exponencialmente. El solo pensar que
esto se pudiera parar- el pensar que los humanos estamos bien como estamos hoy-
es confundir la verdadera naturaleza de lo que somos. Lo que somos los seres
humanos es una especie que ha estado bajo una continua evolución cultural y
tecnológica, y que es natural de esa evolución acelerarla y que sus poderes
aumenten, y eso es de lo que estamos hablando, nuestra próxima etapa será la de
amplificar nuestros poderes intelectuales como resultado de aplicar nuestra
tecnología.
¿Pero estamos realmente
preparados para ese salto cualitativo y acelerado? Uno de los filósofos que más
respeto por sus sólidas opiniones es Christopher Dawson, quien desde hace ya
algún tiempo nos está advirtiendo de una dislocación cultural que estamos
sufriendo, es un desajuste que afecta nuestro equilibrio mental, Cesar
Corcuera, hizo su tesis doctoral para la Facultad Eclesiástica de Filosofía de
la Universidad de Navarra, titulada Religión
y Cultura en Christopher Dawson (1990), en la misma analiza en profundidad
la obra de Dawson, Religion and the Life
of Civilization (1925)
Decimos
«crisis cultural» —siguiendo a Dawson—,porque la nuestra no es ni política ni
social ni económica, sino que es una crisis espiritual: de formación y
disciplina moral; es una quiebra global de ideales y valores humanos; y porque
si cultura significa síntesis orgánica de un periodo, y los elementos externos
de una cultura se vinculan alrededor de un eje espiritual y ético, nuestra
época fracasa precisamente en esta cualidad, dejando de ofrecer una
superestructura suficientemente rica de contenido espiritual… toda la energía y
vitalidad de una sociedad está íntima e indisolublemente vinculada a su
religión. El impulso religioso es el elemento que da fuerza cohesiva a una
sociedad y a una cultura. «Las grandes civilizaciones del mundo —escribió
Dawson— no producen las grandes religiones como una especie de producto
derivado; al contrario, las grandes religiones son el fundamento donde se
asientan las grandes civilizaciones. Una sociedad que ha perdido su religión
tarde o temprano acaba siendo una sociedad que ha perdido su cultura».
De
modo que este desencantamiento del que hablan Weber y Taylor no es algo que se
dé sin consecuencias, hay un costo tanto para la vida interna del individuo
como para la sociedad en general, me pregunto ¿Cuál es entonces el precio a
pagar por la Singularidad de Kurzweil?
Los
costos de este desequilibrio fueron detectados por Nietzsche en el siglo XIX
cuando daba por sentado la muerte de Dios y por lo cual-dijo- todo estaba
permitido.
Dos
guerras mundiales, cada una más espantosa que la otra sirvieron de antesala a
la perdida de la sacralidad de la vida, estudiados con minuciosidad por
diversos autores, entre ellos a Giorgio Agamben, de quien hemos hecho algunas
reseñas, y quien en su obra Homo Sacer,
nos muestra de manera descarnada, como este desquicio mental del hombre ante el
derrumbamiento de la civilización, se tradujo en el asesinato industrial de
seres humanos, en el desarrollo e implantación de ideologías que manejan al
hombre de manera instrumental, que tienen al humanismo como simple excusa para
oprimir a la gente con recursos biopolíticos, despojarlos de toda dignidad y
dejarlos en la “vida desnuda”, carentes de derechos y manejados por un aparato,
por una burocracia, tan criminal como insensible al dolor humano.
Y
es en este punto, que quiero conectarme con las ideas sobre lo sagrado y lo profano
desarrolladas por ese admirable pensador rumano Mircea Eliade , lo sagrado es
un concepto clave en esta discusión sobre las necesidades espirituales del
hombre, digamos que culturales, en caso que la palabra espiritual los ponga
incómodos, y que ha tenido una importancia fundamental tanto en el mundo de la
magia como el de las religiones, y pienso, jugará un papel importante en ese
mundo que viene de la biotecnología, de la ingeniería genética, la
nanotecnología y la cibernética por la que aboga Kurzweil.
Una
de las tesis fundamentales de Charles Taylor es justamente que la moral humana
puede sobrevivir perfectamente ajustada, al mundo secular y profano que se
inicia en nuestro siglo XXI sin necesidad de creencias trascendentales o
metafísicas, el “buen vivir” no requiere de la creencia en otro mundo o de
fuerzas otras que el trabajo humano, pero soy de la opinión, que así como la
conciencia es una experiencia producto del trabajo de nuestro sistema neural,
que es el ámbito donde funcionamos como personas, de igual manera existen otras
“realidades” o experiencias, o dimensiones, entre ellas el de las relaciones de
intercambio de energías cósmicas, que existen en el mismo plano o quizás en
otros diferentes que la conciencia, lo que quiero decir, es que si se requiere
de una evolución biológica, de un perfeccionar y afinar órganos, sistemas y
habilidades para alcanzar el estadio de la conciencia ¿No sería posible dentro
del mismo patrón evolutivo la existencia de un plano de relaciones de fuerzas
espirituales? ¿O de epifenómenos de nuestra conciencia?
Es
probable que la Singularidad de la inteligencia humana nos proporcione las
herramientas necesarias para alcanzar ese nuevo nivel de comprensión del
universo, en realidad sería el redescubrimiento de la espiritualidad humana,
porque creo, que las sociedades primitivas, las culturas arcaicas, tenían esa
conexión con el universo que en algún momento perdimos, y esto que estoy
diciendo es pura especulación, pero ahora sí, vamos con las ideas de Mircea.
El
investigador argentino Marcelo Labeque de la Pontificia Universidad Católica
Argentina, preparó un interesante estudio titulado Mircea Eliade y la Sacrilidad Arcaica (2010) donde desde un
principio hace la diferencia entre lo sagrado y lo divino como dos importantes
conceptos que sostienen lo religioso, lo sagrado es una cualidad atribuible a
objetos o seres en el mundo, que de profanos, pasan a ser sagrados, no solo los
hombres convierten en sagrados un ente, lugar o tiempo, los mismos dioses o
Dios comunican a una realidad no divina aspectos santos o sagrados.
Quienes
estudiamos la historia de las religiones, nos encontramos con universo de
autores que han desarrollado su punto de vista sobre lo sagrado, entre ellos
destacan Rudolf Otto, Marcel Mauss, Granet, Dumézil, H. Hubert, J.G. Frazer y
muchos otros, de modo que la opinión de Mircea es una, entre decenas de
aproximaciones, lo que sucede es que Mircea se ha concentrado en lo sagrado
arcaico, que ya veremos porque es tan especial, por lo menos, para mí.
Para
Mircea era fundamental distinguir entre lo sagrado arcaico y lo sagrado
judeocristiano, dos mundos muy distintos, y hace la distinción:
La
diferencia principal entre el hombre de las sociedades arcaicas y tradicionales
y el hombre de las sociedades modernas, con su fuerte impronta del
judeocristianismo, yace en el hecho de que el primero se siente a sí mismo conectado
indisolublemente con el cosmos y los ritmos cósmicos, mientras que el segundo
insiste solamente en su conexión con la historia… Por cierto, para el hombre de
las sociedades arcaicas, el cosmos también tiene una ‘historia’, al menos
porque es creación de los dioses y se considera que ha sido organizada por
seres sobrenaturales o héroes míticos. Pero esta ‘historia’ del Cosmos y de la
sociedad humana es una ‘historia sagrada’, preservada en los mitos y
transmitida por ellos. Más aún, es una ‘historia’ que puede ser repetida
indefinidamente, en el sentido que los mitos sirven como modelos para las
ceremonias que periódicamente reactualizan los tremendos sucesos que ocurrieron
en el comienzo del tiempo… Es, pues, natural que el hombre religioso desee
profundamente ser, participar en la realidad, saturarse de poder…
Hay, pues, un espacio sagrado y, por consiguiente, «fuerte», significativo, y
hay otros espacios no consagrados y, por consiguiente, sin estructura ni
consistencia; en una palabra: amorfos. Más aún: para el hombre religioso esta
ausencia de homogeneidad espacial se traduce en la experiencia de una oposición
entre el espacio sagrado, el único que es real, que existe realmente, y todo
el resto, la extensión informe que le rodea.
De
allí la importancia de los sitios sagrados, de los templos, de las tierras consagradas,
son lugares de poder donde se hace posible la comunicación con los dioses, allí
existen portales donde el hombre puede subir simbólicamente al Cielo, es en
estos lugares donde el caos del universo está ausente y donde existe la
apertura entre los dos mundos.
Pero
también existe el tiempo sagrado en contraposición al tiempo profano, este
punto se convertiría en la base de su tesis en la interesante obra El Eterno
Retorno, el tiempo sagrado es circular, en las culturas arcaicas la vida de
renueva cada año por medio de ritos iniciáticos que en realidad lo que tratan
es de rescatar la sacralidad del momento original en que el creador le dio
vida.
Se
trata de un intento por recuperar la vida con el mayor número de oportunidades,
no es como el concepto de tiempo para la religión judía que tiene un principio
y un fin, los estudiosos de las religiones lo consideran un avance notable, la
sustitución de la idea de un tiempo cósmico por un tiempo histórico
irreversible, yo pienso lo contrario, fue un retroceso.
Marcelo
Labesque lo resume de manera elegante:
El
tiempo sagrado, en su continuo retornar, funda y sostiene la vida del cosmos,
superando la “informidad” del tiempo profano, visto y vivido como “mero
transcurrir”. Nuevas perspectivas se añaden a las anteriores cuando el autor
rumano pasa a considerar el tiempo sagrado. Supuesto que para el hombre arcaico
o premoderno el espacio sagrado funda y sostiene el cosmos —por encima del
espacio “informe”— porque lo conecta con su origen divino, por la misma razón
el tiempo sagrado funda y sostiene la vida del cosmos por encima del tiempo
“informe”, es decir, irreversible y de última carente de sentido porque lo
conecta con el “tiempo” original (“illud tempus”), el de la cosmogonía
obrada por los dioses. Por eso a la vida cósmica, en su recorrido temporal, se
la concibe “bajo la forma de una trayectoria circular”. El hombre escapa así al
“terror de la historia”. A través de la reiterada ejecución del rito y
narración del mito, los dioses vuelven a dar origen al mundo del hombre, renovándolo
indefinidamente.
Mi
idea principal al iniciar este breve paseo por el concepto de lo sagrado era
justamente llegar, a como el pensamiento arcaico, según Mircea, tenía en
consideración la vida humana, que es uno de los aspectos importantes de su
discurso religioso, en nuestra modernidad el hombre es accidental,
intercambiable, absolutamente prescindible, un guarismo perdido entre columnas
estadísticas, el hecho de que científicos como Kurzweil vean la vida como
simples “up-gradings” y al ser humano como “hardware” que puede ser mejorado,
nos indican que en algún momento perdimos el camino.
Esa
advertencia que nos hace Agamben recordándonos el holocausto y las razones por
las que se dio este oscuro episodio, nos habla de una concepción del universo y
del ser humano que perdieron su sacralidad y que tuvo que ver con la
sustitución del tiempo sagrado por el tiempo histórico, con el desencantamiento
del mundo, con la muerte de dios anunciada por Nietszche, por el reino de la
secularidad observada por Taylor, nuestras vidas parecen haber perdido algo
importante que nos hacía humanos, humanos en el sentido arcaico, y termino con
este pasaje de Mircea, que nos muestra lo bien que estaba articulado en aquel
pasado lejano, el universo con nuestras vidas:
… el Mundo existe porque ha sido
creado por los dioses, y que la propia existencia del mundo «quiere decir»
alguna cosa; que el Mundo no es mudo ni opaco, que no es una cosa inerte, sin
fin ni significación. Para el hombre religioso, el Cosmos «vive» y «habla». La
propia vida del Cosmos es una prueba de su santidad, ya que ha sido creado por
los dioses y los dioses se muestran a los hombres a través de la vida
cósmica.... Por esta razón, a partir de un cierto estadio de cultura, el hombre
se concibe como un microcosmos. Forma parte de la Creación de los dioses; dicho
de otro modo: reencuentra en sí mismo la «santidad» que reconoce en el Cosmos.
Dedúcese de ello que su vida se equipara a la vida cósmica: en cuanto que [es
una] obra divina, pasa a ser la imagen ejemplar de la existencia humana. -
saulgodoy@gmail.com
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