sábado, 7 de octubre de 2017

Lo Sagrado




Para mi hermana Mildred Godoy, una verdadera creyente, con respeto y cariño.

Fue el padre de la sociología moderna, Max Weber, quien habló por primera vez del “desencantamiento” del mundo, que era el fenómeno que observaba de una sociedad primitiva dominada por creencias y entidades sobrenaturales, de mitos y rituales que tenían que ver con una existencia donde lo anímico se entremezclaba con la realidad, produciéndose la coexistencia de fuerzas cósmicas y energías locales, dioses interactuando con los humanos, duendes y hadas coexistiendo con las tribus y pueblos, era un mundo que Weber veía reducirse hasta casi desparecer gracias a la modernidad, a los avances de la ciencia, al triunfo de la razón sobre el pensamiento mágico, de allí el desencantamiento.
Esta idea la retomó el gran eticista y filósofo canadiense Charles Taylor en su obra La Era Secular (2007) en donde analiza como ese desencantamiento del mundo, también afectaba a las religiones establecidas, y como el conocimiento de la realidad, iba poco a poco horadando las bases de los dogmas y sus interpretaciones autorizadas.
Para Taylor hubo simultáneamente un cambio en la manera como veíamos la naturaleza y un cambio en el sentido del “yo”, que es la tesis fundamental de Taylor en su obra, nos dice este autor:

… en la medida en que las personas tenían una visión encantada del universo, esto es, consideraban que los seres humanos habitábamos un campo de espíritus, algunos de ellos malignos. En este sentido, desde luego, la ciencia, al ayudar a desencantar el universo, contribuyó a abrirle el camino al humanismo exclusivo. Una condición esencial para ello fue una nueva concepción del yo y de su lugar en el cosmos: un yo no abierto, poroso ni vulnerable a un mundo de espíritus y poderes, sino lo que denomino un yo «impermeabilizado»… es un hecho fundamental que nuestra situación espiritual actual es histórica, es decir, que nuestra comprensión de nosotros mismos y de dónde nos situamos está definida en parte por nuestra conciencia de haber llegado donde estamos, de haber superado un estado anterior. Así, somos plenamente conscientes de estar viviendo en un universo «desencantado», y el hecho de usar esta palabra revela nuestra conciencia de que alguna vez ese universo fue un universo «encantado».

Taylor es uno de mis filósofos predilectos y su obra es fundamental para comprender nuestra modernidad, sobre todo en nuestro carácter moral, tan fundamental para nuestra sobrevivencia en un mundo que se nos presenta absolutamente mecanicista, rendido a los pies de la tecnología y de la ciencia, donde lo que importa son las eficacias de los modelos políticos y económicos en sus metas por lograr sus fines de orden y evolución ascendente, pero tengo un gusto por la arcaico, todavía no termina de abandonarme ese deseo por lo primitivo a pesar de que me siento copartícipe de tesis avanzadas como las del transhumanismo y anhelo “la singularidad” que predijo Ray Kurzweil y que en estos momentos, mientras usted lee estas líneas, se está produciendo en algún lugar del Silicon Valley en California.
Para mis lectores que no estén al tanto de lo que dijo Kurzweil, este gran científico en una entrevista con John Brockman, editor de la publicación Edge.org., en el 2002, lo explicó en sus propias palabras:

Estamos entrando en una nueva era. Yo la llamo “la Singularidad”. Y es la unión entre la inteligencia de las máquinas y la humana que creará algo mucho más grande que ellas dos juntas. Es lo último en la evolución en nuestro planeta. Puedo plantearles el caso como si fuera lo que está llevando los límites de la inteligencia en general mucho más allá de lo actual, nunca antes se ha producido. Para mi es la verdadera meta de la humanidad, es parte de nuestro destino y parte del destino evolutivo, que el progreso se acelere aún a mayor velocidad y que la inteligencia crezca exponencialmente. El solo pensar que esto se pudiera parar- el pensar que los humanos estamos bien como estamos hoy- es confundir la verdadera naturaleza de lo que somos. Lo que somos los seres humanos es una especie que ha estado bajo una continua evolución cultural y tecnológica, y que es natural de esa evolución acelerarla y que sus poderes aumenten, y eso es de lo que estamos hablando, nuestra próxima etapa será la de amplificar nuestros poderes intelectuales como resultado de aplicar nuestra tecnología.

¿Pero estamos realmente preparados para ese salto cualitativo y acelerado? Uno de los filósofos que más respeto por sus sólidas opiniones es Christopher Dawson, quien desde hace ya algún tiempo nos está advirtiendo de una dislocación cultural que estamos sufriendo, es un desajuste que afecta nuestro equilibrio mental, Cesar Corcuera, hizo su tesis doctoral para la Facultad Eclesiástica de Filosofía de la Universidad de Navarra, titulada Religión y Cultura en Christopher Dawson (1990), en la misma analiza en profundidad la obra de Dawson, Religion and the Life of Civilization (1925)

Decimos «crisis cultural» —siguiendo a Dawson—,porque la nuestra no es ni política ni social ni económica, sino que es una crisis espiritual: de formación y disciplina moral; es una quiebra global de ideales y valores humanos; y porque si cultura significa síntesis orgánica de un periodo, y los elementos externos de una cultura se vinculan alrededor de un eje espiritual y ético, nuestra época fracasa precisamente en esta cualidad, dejando de ofrecer una superestructura suficientemente rica de contenido espiritual… toda la energía y vitalidad de una sociedad está íntima e indisolublemente vinculada a su religión. El impulso religioso es el elemento que da fuerza cohesiva a una sociedad y a una cultura. «Las grandes civilizaciones del mundo —escribió Dawson— no producen las grandes religiones como una especie de producto derivado; al contrario, las grandes religiones son el fundamento donde se asientan las grandes civilizaciones. Una sociedad que ha perdido su religión tarde o temprano acaba siendo una sociedad que ha perdido su cultura».

De modo que este desencantamiento del que hablan Weber y Taylor no es algo que se dé sin consecuencias, hay un costo tanto para la vida interna del individuo como para la sociedad en general, me pregunto ¿Cuál es entonces el precio a pagar por la Singularidad de Kurzweil?
Los costos de este desequilibrio fueron detectados por Nietzsche en el siglo XIX cuando daba por sentado la muerte de Dios y por lo cual-dijo- todo estaba permitido.
Dos guerras mundiales, cada una más espantosa que la otra sirvieron de antesala a la perdida de la sacralidad de la vida, estudiados con minuciosidad por diversos autores, entre ellos a Giorgio Agamben, de quien hemos hecho algunas reseñas, y quien en su obra Homo Sacer, nos muestra de manera descarnada, como este desquicio mental del hombre ante el derrumbamiento de la civilización, se tradujo en el asesinato industrial de seres humanos, en el desarrollo e implantación de ideologías que manejan al hombre de manera instrumental, que tienen al humanismo como simple excusa para oprimir a la gente con recursos biopolíticos, despojarlos de toda dignidad y dejarlos en la “vida desnuda”, carentes de derechos y manejados por un aparato, por una burocracia, tan criminal como insensible al dolor humano.
Y es en este punto, que quiero conectarme con las ideas sobre lo sagrado y lo profano desarrolladas por ese admirable pensador rumano Mircea Eliade , lo sagrado es un concepto clave en esta discusión sobre las necesidades espirituales del hombre, digamos que culturales, en caso que la palabra espiritual los ponga incómodos, y que ha tenido una importancia fundamental tanto en el mundo de la magia como el de las religiones, y pienso, jugará un papel importante en ese mundo que viene de la biotecnología, de la ingeniería genética, la nanotecnología y la cibernética por la que aboga Kurzweil.
Una de las tesis fundamentales de Charles Taylor es justamente que la moral humana puede sobrevivir perfectamente ajustada, al mundo secular y profano que se inicia en nuestro siglo XXI sin necesidad de creencias trascendentales o metafísicas, el “buen vivir” no requiere de la creencia en otro mundo o de fuerzas otras que el trabajo humano, pero soy de la opinión, que así como la conciencia es una experiencia producto del trabajo de nuestro sistema neural, que es el ámbito donde funcionamos como personas, de igual manera existen otras “realidades” o experiencias, o dimensiones, entre ellas el de las relaciones de intercambio de energías cósmicas, que existen en el mismo plano o quizás en otros diferentes que la conciencia, lo que quiero decir, es que si se requiere de una evolución biológica, de un perfeccionar y afinar órganos, sistemas y habilidades para alcanzar el estadio de la conciencia ¿No sería posible dentro del mismo patrón evolutivo la existencia de un plano de relaciones de fuerzas espirituales? ¿O de epifenómenos de nuestra conciencia?
Es probable que la Singularidad de la inteligencia humana nos proporcione las herramientas necesarias para alcanzar ese nuevo nivel de comprensión del universo, en realidad sería el redescubrimiento de la espiritualidad humana, porque creo, que las sociedades primitivas, las culturas arcaicas, tenían esa conexión con el universo que en algún momento perdimos, y esto que estoy diciendo es pura especulación, pero ahora sí, vamos con las ideas de Mircea.
El investigador argentino Marcelo Labeque de la Pontificia Universidad Católica Argentina, preparó un interesante estudio titulado Mircea Eliade y la Sacrilidad Arcaica (2010) donde desde un principio hace la diferencia entre lo sagrado y lo divino como dos importantes conceptos que sostienen lo religioso, lo sagrado es una cualidad atribuible a objetos o seres en el mundo, que de profanos, pasan a ser sagrados, no solo los hombres convierten en sagrados un ente, lugar o tiempo, los mismos dioses o Dios comunican a una realidad no divina aspectos santos o sagrados.
Quienes estudiamos la historia de las religiones, nos encontramos con universo de autores que han desarrollado su punto de vista sobre lo sagrado, entre ellos destacan Rudolf Otto, Marcel Mauss, Granet, Dumézil, H. Hubert, J.G. Frazer y muchos otros, de modo que la opinión de Mircea es una, entre decenas de aproximaciones, lo que sucede es que Mircea se ha concentrado en lo sagrado arcaico, que ya veremos porque es tan especial, por lo menos, para mí.
Para Mircea era fundamental distinguir entre lo sagrado arcaico y lo sagrado judeocristiano, dos mundos muy distintos, y hace la distinción:

La diferencia principal entre el hombre de las sociedades arcaicas y tradicionales y el hombre de las sociedades modernas, con su fuerte impronta del judeocristianismo, yace en el hecho de que el primero se siente a sí mismo conectado indisolublemente con el cosmos y los ritmos cósmicos, mientras que el segundo insiste solamente en su conexión con la historia… Por cierto, para el hombre de las sociedades arcaicas, el cosmos también tiene una ‘historia’, al menos porque es creación de los dioses y se considera que ha sido organizada por seres sobrenaturales o héroes míticos. Pero esta ‘historia’ del Cosmos y de la sociedad humana es una ‘historia sagrada’, preservada en los mitos y transmitida por ellos. Más aún, es una ‘historia’ que puede ser repetida indefinidamente, en el sentido que los mitos sirven como modelos para las ceremonias que periódicamente reactualizan los tremendos sucesos que ocurrieron en el comienzo del tiempo… Es, pues, natural que el hombre religioso desee profundamente ser, participar en la realidad, saturarse de poder… Hay, pues, un espacio sagrado y, por consiguiente, «fuerte», significativo, y hay otros espacios no consagrados y, por consiguiente, sin estructura ni consistencia; en una palabra: amorfos. Más aún: para el hombre religioso esta ausencia de homogeneidad espacial se traduce en la experiencia de una oposición entre el espacio sagrado, el único que es real, que existe realmente, y todo el resto, la extensión informe que le rodea.

De allí la importancia de los sitios sagrados, de los templos, de las tierras consagradas, son lugares de poder donde se hace posible la comunicación con los dioses, allí existen portales donde el hombre puede subir simbólicamente al Cielo, es en estos lugares donde el caos del universo está ausente y donde existe la apertura entre los dos mundos.
Pero también existe el tiempo sagrado en contraposición al tiempo profano, este punto se convertiría en la base de su tesis en la interesante obra El Eterno Retorno, el tiempo sagrado es circular, en las culturas arcaicas la vida de renueva cada año por medio de ritos iniciáticos que en realidad lo que tratan es de rescatar la sacralidad del momento original en que el creador le dio vida.
Se trata de un intento por recuperar la vida con el mayor número de oportunidades, no es como el concepto de tiempo para la religión judía que tiene un principio y un fin, los estudiosos de las religiones lo consideran un avance notable, la sustitución de la idea de un tiempo cósmico por un tiempo histórico irreversible, yo pienso lo contrario, fue un retroceso.
Marcelo Labesque lo resume de manera elegante:

El tiempo sagrado, en su continuo retornar, funda y sostiene la vida del cosmos, superando la “informidad” del tiempo profano, visto y vivido como “mero transcurrir”. Nuevas perspectivas se añaden a las anteriores cuando el autor rumano pasa a considerar el tiempo sagrado. Supuesto que para el hombre arcaico o premoderno el espacio sagrado funda y sostiene el cosmos —por encima del espacio “informe”— porque lo conecta con su origen divino, por la misma razón el tiempo sagrado funda y sostiene la vida del cosmos por encima del tiempo “informe”, es decir, irreversible y de última carente de sentido porque lo conecta con el “tiempo” original (“illud tempus”), el de la cosmogonía obrada por los dioses. Por eso a la vida cósmica, en su recorrido temporal, se la concibe “bajo la forma de una trayectoria circular”. El hombre escapa así al “terror de la historia”. A través de la reiterada ejecución del rito y narración del mito, los dioses vuelven a dar origen al mundo del hombre, renovándolo indefinidamente.

Mi idea principal al iniciar este breve paseo por el concepto de lo sagrado era justamente llegar, a como el pensamiento arcaico, según Mircea, tenía en consideración la vida humana, que es uno de los aspectos importantes de su discurso religioso, en nuestra modernidad el hombre es accidental, intercambiable, absolutamente prescindible, un guarismo perdido entre columnas estadísticas, el hecho de que científicos como Kurzweil vean la vida como simples “up-gradings” y al ser humano como “hardware” que puede ser mejorado, nos indican que en algún momento perdimos el camino.
Esa advertencia que nos hace Agamben recordándonos el holocausto y las razones por las que se dio este oscuro episodio, nos habla de una concepción del universo y del ser humano que perdieron su sacralidad y que tuvo que ver con la sustitución del tiempo sagrado por el tiempo histórico, con el desencantamiento del mundo, con la muerte de dios anunciada por Nietszche, por el reino de la secularidad observada por Taylor, nuestras vidas parecen haber perdido algo importante que nos hacía humanos, humanos en el sentido arcaico, y termino con este pasaje de Mircea, que nos muestra lo bien que estaba articulado en aquel pasado lejano, el universo con nuestras vidas:

 … el Mundo existe porque ha sido creado por los dioses, y que la propia existencia del mundo «quiere decir» alguna cosa; que el Mundo no es mudo ni opaco, que no es una cosa inerte, sin fin ni significación. Para el hombre religioso, el Cosmos «vive» y «habla». La propia vida del Cosmos es una prueba de su santidad, ya que ha sido creado por los dioses y los dioses se muestran a los hombres a través de la vida cósmica.... Por esta razón, a partir de un cierto estadio de cultura, el hombre se concibe como un microcosmos. Forma parte de la Creación de los dioses; dicho de otro modo: reencuentra en sí mismo la «santidad» que reconoce en el Cosmos. Dedúcese de ello que su vida se equipara a la vida cósmica: en cuanto que [es una] obra divina, pasa a ser la imagen ejemplar de la existencia humana.    -

 saulgodoy@gmail.com





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