domingo, 10 de septiembre de 2017

La constituyente alucinada


Las constituyentes tienen un problema grave al momento de salir a la luz y es que no tienen historia, es un producto de las llamadas revoluciones, en ese afán por crear un nuevo orden que de cobijo a nuevas relaciones entre el ciudadano y el estado, se inventan una constituyente con la que pretenden crear un nuevo estado.
El gran historiador Polibio en su Historia Universal hace un estudio de cuáles son las mejores formas de gobierno teniendo como modelo a Roma, a partir de este recuento los estudiosos de las formas políticas han reiterado a la tradición, a los usos y costumbres de los pueblos como los grandes semilleros de las formas de gobierno que mejor se adaptan a las naciones.
Fueron precisamente las leyes las que permitieron el estudio de cómo una sociedad entiende su mundo de relaciones, como se auto-regula y cómo funciona sus diferentes partes, el estudio de las leyes en el tiempo conforman el cuerpo doctrinal, y fue Montesquieu, el primero que de manera sistemática recogió las tres formas de gobierno clásicas: la república, la monarquía y el despotismo o tiranía.
De esta manera, a partir de la racionalidad la historia de las instituciones obtuvo un importante impulso que ayudó a entender el cómo nacen las formas de gobierno, dice en el libro La historia y sus protagonistas (2001), una enciclopédica recopilación de personajes y hechos de la editorial Dolmen, lo siguiente:
La decadencia de los sistemas de gobierno se produce cuando los principios de gobierno no son debidamente cumplidos o sufren alteración, corrompiéndose todo el sistema de gobierno. De este modo, su análisis histórico encuentra un modelo de explicación racional del devenir de los pueblos y naciones. Montesquieu critica la forma de gobierno que él mismo denomina despotismo, esto es, la sujeción de los individuos no a las leyes sino a la fuerza del gobernante. Encuentra contradictorio que el terror, principio que rige las formas de gobierno despóticas, haya de asegurar la paz y la seguridad de los gobernados, restringiendo su libertad.

En el caso de Venezuela es más que obvio que el llamado Socialismo del Siglo XXI, desde que llegó al poder, ha estado desmontando el estado republicano, corroyendo sus instituciones, destruyendo el aparato productivo, desajustando la cohesión social, para convertir al partido de gobierno en el rector de la vida del país, pero la necesidad de explicar las razones históricas de su supuesto triunfo y consolidación como forma de gobierno, lo llevó a la utilización del recurso de una constituyente, expediente con el que quieren legalizar y legitimar una dictadura bastarda e inhumana.
Como las constituyentes nacen sin historia, ya que supuestamente se trata de un acto creador, original y proveniente de un órgano soberano, que representa a toda la comunidad humana de esa nueva nación, su justificación habría que encontrarla en el cuerpo doctrinal, es decir, en los casos parecidos que se hayan dado anteriormente en otras partes del mundo.
Se tratan de momentos excepcionales y únicos cuando se crea un estado sin la participación de la historia, situación verdaderamente rara, ya que todo estado tiene su historia, incluso aquellos estados nuevos que surgen de una guerra de independencia o son producto de divisiones, desmembramientos o cesiones de otros estados, sus pasados están signados por las experiencias coloniales o el de haber sido parte de otro estado, los únicos que se toman la prerrogativa de hacer una tabula rasa y pretenden un inicio desde cero, son las revoluciones.
Toda constituyente está obligada por su naturaleza, a conformarse en una ficción jurídica (fictio juris) en pretender ser algo que no son, revestidas de legalidad por medio de un acto jurídico, registrado como tal, con un ceremonial y una simbología apropiada para darle el carácter formal y poder ser reconocido como existente, y operando en la realidad produciendo efectos y teniendo consecuencias, por lo que es necesario que esa constituyente, sea reconocida por terceros y que sus actos sean tomados como soberanos y obligantes.
Para ser reconocida, una constituyente ha de ser legítima, es decir, contar no solo con todos los requisitos de forma, sino tener el apoyo y consenso de todas las instituciones políticas de ese estado o en su defecto, contar con el apoyo mayoritario de la población, que en una república es el único y verdadero soberano, que a decir del jurista alemán Carl Schmitt, le daría el contenido de razón y justicia necesarios para que concentre en la constitución: “toda la majestad y dignidad del estado”.
Lo que nos obliga a volver la mirada sobre las revoluciones como generadoras de constituyentes, que son los órganos que se establecen para producir las constituciones o cartas magnas, que son los contratos sociales que rigen las relaciones entre los ciudadanos y el estado, y entre ese estado y otros estados.
Nuestro país, Venezuela, se ha distinguido por su gran inestabilidad republicana, hemos tenido 26 constituciones, con casi igual número de constituyentes, vamos a por la número 27, lo que se pudiera tomar como un peligroso antecedente, que apunta más al despotismo como forma privilegiada de gobierno, ya que cada mandatario que accede al poder se cree en el derecho de redactar su propia constitución, que nos separa de las tradiciones republicanas y su respeto a una sola Carta Magna con sus respectivas reformas, que reflejen ese sistema de relaciones en la nación.
De allí la importancia que las constituciones sean elaboradas por científicos del derecho, por conocedores profundos de la naturaleza de la geografía, demografía, sociólogos, y demás expertos en la caracterología del pueblo, que se tomen su tiempo en pensar, proponer y discutir sus propuestas y que no sean producto  del fragor tumultuario realizados en asambleas, que responden a las pasiones de discursos encendidos en las revueltas revolucionarias.
Dos son los peligros más comunes en la confección de constituciones “a la carta” del momento y del líder político que las exige, la primera es la sobre racionalización de los elementos constitutivos, no es lo mismo plantear una versión del carácter nacional tal cual es, y otra es perseguir un ideal de hombre y sociedad que no existen sino en la mente de los constituyentitas, es el caso de las constituciones como un plan de ruta hacia una sociedad que hay que construir.
El segundo peligro  y que está muy relacionado con el primero, es el ideológico, hacer una constituyente en base a la idea que otros han pensado para complacer unos valores y creencias del hombre fuerte, o del partido político que impulsa la constituyente y en este punto debo hacer una especial referencia al pensamiento de la izquierda internacional.
Una ley fundamental como una constitución, debe brindarle a la población de un país las herramientas necesarias para que en un sistema de orden, justicia y paz, puedan sus ciudadanos construir el país que quieran, no obligarlos a seguir un plan o un diseño impuesto por más elegante y justo que parezca.
En este sentido, el pensamiento marxista-leninista, mutado en nuestro continente en el castro-comunismo, tiene en su haber una concepción de la historia y del materialismo que ya vienen con una ruta trazada hacia una sociedad sobre-racionalizada, piensan sus creadores y seguidores que es una necesidad histórica y fatal llegar al socialismo como la forma más perfecta de organización social, para culminar luego en el comunismo, que sería el paraíso en la tierra.
Esta creencia, que se aduce, es científica y determinada históricamente, es la causa de muchas revoluciones y de acuerdo a infinidad de pensadores comunistas, entre los que se incluyen Negri y Hardt en sus estudios sobre las multitudes, las asambleas constituyentes originarias son herramientas de uso común en las revoluciones de la izquierda, para instaurar sus regímenes comunistas, una tradición que se inaugura con la revolución francesa y la Comuna de Paría que no pasó de ser un breve experimento societario, pero que dio pie a una serie de ensayos constitucionales, que han provocado más ruinas y muerte que prosperidad y libertad en el planeta.
Hardt y Negri dicen en la obra Multitud (2004), lo siguiente:
Uno de los errores más graves que cometen los teóricos de la política es el de considerar el poder constituyente como un acto puramente político y separado del ser social existente, mera creatividad irracional el punto oscuro de no se sabe que expresión violenta del poder. Carl Schmitt, como todos los pensadores fascistas y reaccionarios de los siglos XIX y XX, siempre trató de exorcizar así el poder constituyente, con un estremecimiento de miedo. Sin embargo, el poder constituyente es otra cosa totalmente distinta: es una decisión que surge del proceso ontológico y social del trabajo productivo; es una forma institucional que desarrolla un contenido común; es un despliegue de fuerza que defiende el avance histórico de la emancipación y la liberación; es, en resumen, un acto de amor. 

El régimen del dictador Maduro en Venezuela y su antecesor, Hugo Chávez han desempolvado la figura de la constituyente, que ellos tienen por un procedimiento “normal” para hacer su borrón y cuenta nueva con la ideología comunista, e instaurar un sistema despótico y militarista, diciendo que lo hacen por amor, es una simple formalidad o vestido con el que cubren a la impúdica tiranía de los hombres fuertes que quieren esclavizar a sus pueblos.
Pero ese proceso para la Constituyente comunal, rodeado de trampas, fraudes, mentiras y populismo no ha podido lograr el reconocimiento ni del pueblo de Venezuela, al que se le burló su soberanía, ni el de la comunidad internacional que no acepta una práctica tan primitiva y violenta de poder absoluto, este producto cubano de la constituyente, es un paquete ideológico preparado para la exportación de la revolución a otros países del hemisferio.
El régimen se ha entrampado él solito, exigiendo a punta de pistola que los ciudadanos nos subordinemos a una alucinación de un narcotraficante y su pandilla de criminales, lo único que han podido obtener hasta el momento, es el reconocimiento interesado de ciertos políticos y partidos de la llamada oposición política, que cebados por un ofrecimiento de poder ilusorio y electorero, han renunciado a su dignidad y se han arrastrado a lamerle la mano al dictador asesino.
Sin legitimidad ni legalidad, la caída del régimen de Maduro es cuestión de tiempo, que sumado a la resistencia de un pueblo que no tranza ni su dignidad, menos aún, sus libertades, dará al traste con este mal hadado y siniestro plan de dominación comunista y criminal.   -   saulgodoy@gmail.com





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