Las
constituyentes tienen un problema grave al momento de salir a la luz y es que
no tienen historia, es un producto de las llamadas revoluciones, en ese afán
por crear un nuevo orden que de cobijo a nuevas relaciones entre el ciudadano y
el estado, se inventan una constituyente con la que pretenden crear un nuevo
estado.
El
gran historiador Polibio en su Historia
Universal hace un estudio de cuáles son las mejores formas de gobierno
teniendo como modelo a Roma, a partir de este recuento los estudiosos de las
formas políticas han reiterado a la tradición, a los usos y costumbres de los
pueblos como los grandes semilleros de las formas de gobierno que mejor se
adaptan a las naciones.
Fueron
precisamente las leyes las que permitieron el estudio de cómo una sociedad
entiende su mundo de relaciones, como se auto-regula y cómo funciona sus
diferentes partes, el estudio de las leyes en el tiempo conforman el cuerpo
doctrinal, y fue Montesquieu, el primero que de manera sistemática recogió las
tres formas de gobierno clásicas: la república, la monarquía y el despotismo o
tiranía.
De
esta manera, a partir de la racionalidad la historia de las instituciones
obtuvo un importante impulso que ayudó a entender el cómo nacen las formas de
gobierno, dice en el libro La historia y
sus protagonistas (2001), una enciclopédica recopilación de personajes y
hechos de la editorial Dolmen, lo siguiente:
La
decadencia de los sistemas de gobierno se produce cuando los principios de gobierno
no son debidamente cumplidos o sufren alteración, corrompiéndose todo el
sistema de gobierno. De este modo, su análisis histórico encuentra un modelo de
explicación racional del devenir de los pueblos y naciones. Montesquieu critica
la forma de gobierno que él mismo denomina despotismo, esto es, la sujeción de
los individuos no a las leyes sino a la fuerza del gobernante. Encuentra
contradictorio que el terror, principio que rige las formas de gobierno
despóticas, haya de asegurar la paz y la seguridad de los gobernados,
restringiendo su libertad.
En el
caso de Venezuela es más que obvio que el llamado Socialismo del Siglo XXI,
desde que llegó al poder, ha estado desmontando el estado republicano,
corroyendo sus instituciones, destruyendo el aparato productivo, desajustando
la cohesión social, para convertir al partido de gobierno en el rector de la
vida del país, pero la necesidad de explicar las razones históricas de su
supuesto triunfo y consolidación como forma de gobierno, lo llevó a la
utilización del recurso de una constituyente, expediente con el que quieren
legalizar y legitimar una dictadura bastarda e inhumana.
Como
las constituyentes nacen sin historia, ya que supuestamente se trata de un acto
creador, original y proveniente de un órgano soberano, que representa a toda la
comunidad humana de esa nueva nación, su justificación habría que encontrarla
en el cuerpo doctrinal, es decir, en los casos parecidos que se hayan dado
anteriormente en otras partes del mundo.
Se
tratan de momentos excepcionales y únicos cuando se crea un estado sin la
participación de la historia, situación verdaderamente rara, ya que todo estado
tiene su historia, incluso aquellos estados nuevos que surgen de una guerra de
independencia o son producto de divisiones, desmembramientos o cesiones de
otros estados, sus pasados están signados por las experiencias coloniales o el
de haber sido parte de otro estado, los únicos que se toman la prerrogativa de
hacer una tabula rasa y pretenden un inicio desde cero, son las revoluciones.
Toda
constituyente está obligada por su naturaleza, a conformarse en una ficción
jurídica (fictio juris) en pretender
ser algo que no son, revestidas de legalidad por medio de un acto jurídico,
registrado como tal, con un ceremonial y una simbología apropiada para darle el
carácter formal y poder ser reconocido como existente, y operando en la
realidad produciendo efectos y teniendo consecuencias, por lo que es necesario
que esa constituyente, sea reconocida por terceros y que sus actos sean tomados
como soberanos y obligantes.
Para
ser reconocida, una constituyente ha de ser legítima, es decir, contar no solo
con todos los requisitos de forma, sino tener el apoyo y consenso de todas las
instituciones políticas de ese estado o en su defecto, contar con el apoyo
mayoritario de la población, que en una república es el único y verdadero
soberano, que a decir del jurista alemán Carl Schmitt, le daría el contenido de
razón y justicia necesarios para que concentre en la constitución: “toda la majestad y dignidad del estado”.
Lo
que nos obliga a volver la mirada sobre las revoluciones como generadoras de
constituyentes, que son los órganos que se establecen para producir las
constituciones o cartas magnas, que son los contratos sociales que rigen las
relaciones entre los ciudadanos y el estado, y entre ese estado y otros
estados.
Nuestro
país, Venezuela, se ha distinguido por su gran inestabilidad republicana, hemos
tenido 26 constituciones, con casi igual número de constituyentes, vamos a por
la número 27, lo que se pudiera tomar como un peligroso antecedente, que apunta
más al despotismo como forma privilegiada de gobierno, ya que cada mandatario
que accede al poder se cree en el derecho de redactar su propia constitución,
que nos separa de las tradiciones republicanas y su respeto a una sola Carta
Magna con sus respectivas reformas, que reflejen ese sistema de relaciones en
la nación.
De
allí la importancia que las constituciones sean elaboradas por científicos del
derecho, por conocedores profundos de la naturaleza de la geografía,
demografía, sociólogos, y demás expertos en la caracterología del pueblo, que
se tomen su tiempo en pensar, proponer y discutir sus propuestas y que no sean
producto del fragor tumultuario
realizados en asambleas, que responden a las pasiones de discursos encendidos
en las revueltas revolucionarias.
Dos
son los peligros más comunes en la confección de constituciones “a la carta”
del momento y del líder político que las exige, la primera es la sobre
racionalización de los elementos constitutivos, no es lo mismo plantear una
versión del carácter nacional tal cual es, y otra es perseguir un ideal de
hombre y sociedad que no existen sino en la mente de los constituyentitas, es
el caso de las constituciones como un plan de ruta hacia una sociedad que hay
que construir.
El
segundo peligro y que está muy
relacionado con el primero, es el ideológico, hacer una constituyente en base a
la idea que otros han pensado para complacer unos valores y creencias del
hombre fuerte, o del partido político que impulsa la constituyente y en este
punto debo hacer una especial referencia al pensamiento de la izquierda
internacional.
Una
ley fundamental como una constitución, debe brindarle a la población de un país
las herramientas necesarias para que en un sistema de orden, justicia y paz,
puedan sus ciudadanos construir el país que quieran, no obligarlos a seguir un
plan o un diseño impuesto por más elegante y justo que parezca.
En
este sentido, el pensamiento marxista-leninista, mutado en nuestro continente
en el castro-comunismo, tiene en su haber una concepción de la historia y del
materialismo que ya vienen con una ruta trazada hacia una sociedad
sobre-racionalizada, piensan sus creadores y seguidores que es una necesidad
histórica y fatal llegar al socialismo como la forma más perfecta de
organización social, para culminar luego en el comunismo, que sería el paraíso
en la tierra.
Esta
creencia, que se aduce, es científica y determinada históricamente, es la causa
de muchas revoluciones y de acuerdo a infinidad de pensadores comunistas, entre
los que se incluyen Negri y Hardt en sus estudios sobre las multitudes, las
asambleas constituyentes originarias son herramientas de uso común en las
revoluciones de la izquierda, para instaurar sus regímenes comunistas, una
tradición que se inaugura con la revolución francesa y la Comuna de Paría que
no pasó de ser un breve experimento societario, pero que dio pie a una serie de
ensayos constitucionales, que han provocado más ruinas y muerte que prosperidad
y libertad en el planeta.
Hardt
y Negri dicen en la obra Multitud
(2004), lo siguiente:
Uno
de los errores más graves que cometen los teóricos de la política es
el de considerar el poder constituyente como un acto puramente político y
separado del ser social existente, mera creatividad irracional el punto oscuro
de no se sabe que expresión violenta del poder. Carl Schmitt, como todos los
pensadores fascistas y reaccionarios de los siglos XIX y XX, siempre
trató de exorcizar así el poder constituyente, con un estremecimiento de miedo.
Sin embargo, el poder constituyente es otra cosa totalmente distinta: es una
decisión que surge del proceso ontológico y social del trabajo productivo; es
una forma institucional que desarrolla un contenido común; es un despliegue de
fuerza que defiende el avance histórico de la emancipación y la liberación; es,
en resumen, un acto de amor.
El
régimen del dictador Maduro en Venezuela y su antecesor, Hugo Chávez han
desempolvado la figura de la constituyente, que ellos tienen por un
procedimiento “normal” para hacer su borrón y cuenta nueva con la ideología
comunista, e instaurar un sistema despótico y militarista, diciendo que lo
hacen por amor, es una simple formalidad o vestido con el que cubren a la
impúdica tiranía de los hombres fuertes que quieren esclavizar a sus pueblos.
Pero
ese proceso para la Constituyente comunal, rodeado de trampas, fraudes,
mentiras y populismo no ha podido lograr el reconocimiento ni del pueblo de
Venezuela, al que se le burló su soberanía, ni el de la comunidad internacional
que no acepta una práctica tan primitiva y violenta de poder absoluto, este
producto cubano de la constituyente, es un paquete ideológico preparado para la
exportación de la revolución a otros países del hemisferio.
El
régimen se ha entrampado él solito, exigiendo a punta de pistola que los
ciudadanos nos subordinemos a una alucinación de un narcotraficante y su
pandilla de criminales, lo único que han podido obtener hasta el momento, es el
reconocimiento interesado de ciertos políticos y partidos de la llamada
oposición política, que cebados por un ofrecimiento de poder ilusorio y
electorero, han renunciado a su dignidad y se han arrastrado a lamerle la mano
al dictador asesino.
Sin
legitimidad ni legalidad, la caída del régimen de Maduro es cuestión de tiempo,
que sumado a la resistencia de un pueblo que no tranza ni su dignidad, menos
aún, sus libertades, dará al traste con este mal hadado y siniestro plan de
dominación comunista y criminal. - saulgodoy@gmail.com
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