viernes, 11 de agosto de 2017

El club de los torturadores


La tortura es una de las acciones más atroces que se pueden poner en práctica para castigar a un ser humano, por mucho tiempo ha sido usada por órganos de inteligencia para extraerle al prisionero información, o para conseguir confesiones y delaciones que convengan a los propósitos de los jefes que la ordenan, de hecho es considerada como uno de los crímenes en contra de la humanidad más perseguidos por la justicia internacional.
El régimen que la utiliza jamás podrá lavar su rostro y decir de sí mismo que es un gobierno confiable, civilizado, respetuoso del orden y la ley, mucho menos que se trata de un gobierno humanista o democrático, el que ordena o permita la práctica de la tortura en contra de otro ser humano vivirá el resto de sus días bajo la impronta de la cobardía y la depravación.
Pero cuando una dictadura tiene a la tortura como política de estado, como es el caso del régimen de Nicolás Maduro, y la utiliza, publicitándola, como instrumento de miedo y opresión en contra de la población, como método de control político, estamos en presencia de un estado irremediablemente criminal, y se sigue con toda la lógica del sentido común, que quienes sostienen relaciones con ese gobierno, bien sea participando de sus acciones, gozando de sus privilegios, haciendo negocios con él, participan de manera directa de la responsabilidad de estos actos atroces.
Esa persona, o empresa, que consiguió un préstamo para ese gobierno, o le suministra algún servicio o bien a ese estado, o desarrolla las tesis jurídicas que soportan ese estado de cosas, o el periodista, que alejado de esas oscuras instalaciones del horror, trabaja en un medio de ese gobierno para elevar su imagen, son en la misma medida que los verdugos, que fracturan los huesos de los prisioneros políticos, que los vejan y humillan haciéndolos comer excrementos, agentes directos de tales abominaciones.
No hay excusas, desde el momento en que la persona se sabe auxiliar de una sistema político que le hace daño a un ser humano indefenso, a un prisionero de conciencia, a un joven que protestaba por las injusticias del régimen, esa persona queda manchada del deshonor de la misma manera que el que aplica los cables eléctricos a los genitales de la muchacha pidiendo clemencia, o del que maneja el bate descargando golpes furiosos en contra de su víctima enrollado en una colcha.
Trabajar para un torturador como Nicolás Maduro, compartir sus oficinas y mesas de trabajo, lejos de la ergástulas que son las cárceles militares y de inteligencia del régimen, a distancia de los gritos y los malos olores que generan la tortura, de las risas de los psicópatas que se encargan de destruirles el alma a sus víctimas, no los salva de la vergonzosa maldad de unos hombres y mujeres que para sostenerse en el poder, utilizan a sus semejantes y los degradan a cosas, que pueden ser abiertas y sus entrañas sacadas en nombre de una supuesta Patria, o pagarle dinero a quienes deben hacerlos ver como héroes o protagonistas proverbiales de una crisis, que había que enfrentar a cualquier precio, incluso si se trataba de sacrificar la dignidad humana.
De seguro, estas personas que rodean al Gran Torturador en sus exquisitos espacios, con la mejor comida y bebida, con la promesa de grandes riquezas y privilegios, rodeados de una seguridad digna de un tesoro, y con personas que a cada momento justifican la muerte, el hambre, la miseria, el dolor, la enfermedad como males necesarios para la gloria de un ideal, no dudan por un instante que están haciendo historia, que son privilegiados y que saldrán sin un rasguño de la aventura de la que son parte.
Lamento arruinarles la fiesta, están equivocados, ninguna persona que a sabiendas de que tiene hermanos, compatriotas o prójimo tan buenos o mejores que ellos, siendo torturados en una prisión para que con su dolor puedan ellos adelantar en la vida y ser mejores personas, están irremediablemente perdidos.
Cuando pienso en los banqueros de Goldman & Sachs, en sus lujosas oficinas en New York haciendo el negocio de sus vidas con unos bonos manchados de sangre, cuando pienso en sus clientes, una pareja de ancianos en Florida gozando de sus últimos días en una casa de retiro atendido por enfermeras, gente que ni siquiera sabe dónde queda Venezuela, cuando miro a los ministros de Nicolás Maduro que le rodean en sus presentaciones en televisión, en aquellos jóvenes vociferantes lanzando consignas en contra del imperio y de la intervención extranjera, en los representantes indígenas diciendo que ahora sí los pueblos aborígenes recibirán el respeto que merecen, y veo al dictador sonriendo satisfecho de su corte de aduladores y cómplices, me pregunto ¿Cómo puede esa gente conciliar el sueño mientras se desangra en una cárcel un venezolano? ¿Pueden mirarse al rostro en las mañanas cuando se miran al espejo y no llorar de vergüenza?
Lo semejante atrae a su similar, es una de las máximas de la magia antigua, y el régimen de Maduro se las ha agenciado para reclutar a todo psicópata de siete suelas que existe en el país, asesinos y violadores a granel, algunos con cursos de especialización en las escuelas cubanas de tortura donde, entre otras cosas, les enseñan a no sentir ningún tipo de culpa ni remordimiento por su trabajo, una especialidad “técnica” como cualquier otra, sólo que esta trata de someter a suplicio a un ser humano sin llevarlo a la muerte y en grados superiores, sin que les quede marca alguna en el cuerpo.
Pero es mi opinión que para ser un psicópata no es necesario sentir placer o no sentir nada, mientras descoyuntan miembros o remueven piezas dentales sin anestesia, basta sentarse al lado de quien ordena tales barbaridades y servirle la mesa o atenderle sus negocios, quien asesora a un torturador en temas económicos o de infraestructuras petroleras y sabe que su cliente tiene a más de 600 presos políticos sometidos a torturas día y noche, no sólo a ellos, a sus familiares, amigos y conocidos, que sufren de igual manera la injusticia, es culpable del delito de tortura. 
Quien atiende a un criminal que viola los más elementales preceptos de los derechos humanos, la Constitución y las leyes, quien decide pasar sobre la sacralidad de la vida humana, quien ordena quebrarle el espíritu a una persona humillándola y animalizándola, quien viola los preceptos morales y éticos más elementales sobre la justicia, en cualquier momento puede voltearse y considerarte su enemigo, basta una palabra equivocada, un gesto mal comprendido para quien hoy sirve al torturador, mañana podría encerrarlo en un sótano aislado y hacerlo beber gasolina.
Todavía me encuentro con personas que creen poder negociar con el torturador, los he visto pedirle actos de buena voluntad, y suelta a dos presos, pero inmediatamente encadena a 300, porque para Maduro, que es además, un secuestrador y un extorsionador, la vida de sus adversarios son fichas de canje en un juego de póker, el pueblo es sólo ganado que pone a la venta, la gente sólo sirve para hacer de escudos humanos en caso de que a alguien se le ocurriera venir a apresarlo.
De modo que todo el entorno presidencial, aún aquellos finos señores de pelo engominado, costosos trajes y exóticos perfumes, que según ellos no han tocado ni con el pétalo de una rosa a uno de estos pobres desgraciados “golpistas”, tienen sus manos manchadas de sangre, son parte del circo del horror en que Maduro a convertido a nuestro país.
Y aquí mi dictamen, ser chavista, haber coadyuvado a que esta pesadilla se convirtiera en realidad, los hace por igual unos torturadores, aún los simples simpatizantes, los que gozan un mundo cuando ven a los enemigos de la patria correr a buscar refugio en una autopista de la andanada de bombas lacrimógenas que llueve sobre ellos.
No hay chavismo democrático, igual que los nazis, morirán creyendo que tenían el derecho de torturar y masacrar al pueblo por su bien, por un destino superior.   -   saulgodoy@gmail.com


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